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Lo que devora a España

EN España, el paro juvenil aparece destacado en la primera página del Herald Tribune (IHT, 02/01/2010). Días antes, G. de la Dehesa le dedicaba un largo artículo (Negocios, El País, 27/12/2009). Mientras tanto, observábamos con cuidado al vecino del norte: en Francia, el desempleo juvenil es especialmente difícil de desarraigar ( Le Monde, 30/12/2009).

Los jóvenes ocupan cada día unos milímetros del porvenir. El paro juvenil es un índice clave para medir el grado de integración de una sociedad ante sus fragilidades estructurales y sobre todo ante a su futuro.

En octubre de 2009, el 42.9 por cien de los trabajadores españoles entre 16 y 24 años estaba en paro. Han leído bien, el 42.9 por cien. En enero de 2007 el porcentaje era de 17.5. ¿Por qué casi el triple en tres años? La crisis, desde luego; pero sobre todo la falta de formación, la ausencia de profesionalización. El porcentaje de los jóvenes rebasa en el doble el desempleo español, el más alto de Europa. Como tantos, Jesús Pesquero Peñas, uno de los ejemplos del Herald, dejó la escuela por la construcción. « Quería ganar dinero, ganarlo y gastarlo; quería dejar la escuela». Hoy, a los 25 años, no solo no tiene trabajo, sino que carece de perspectivas de encontrarlo. «No dejo de lamentar cada día lo que decidí entonces». El caso de Peñas es el reflejo de una generación perdida. Su mujer también está desempleada. Tienen una hija de cinco años. Carlos Herras, de 26 años, se quedó sin trabajo en iguales circunstancias. Ahora hace un curso sobre energías renovables para hacerse instalador de paneles solares.

La culpa es del gobierno: esta afirmación tan simple calma los ánimos. Cuando hay un culpable, el problema queda resuelto. Pero las sociedades modernas funcionan de abajo hacia arriba. Los ciudadanos crean estructuras de producción en el marco normativo de un estado. Todo gobierno trata de encauzar unas capas sociales en movimiento constante. El primer activo de una sociedad, más que el petróleo o el gas de su subsuelo, es el capital humano, instalado sobre el suelo. Las ventajas de un país dependen «de los niveles de educación de su población trabajadora entre 16 y 24 años. Cuanto mayor sea su nivel medio, mayor será su capacidad de conocer, investigar, innovar, crear, emprender y competir». Conseguir un nivel educativo alto «no es tan costoso ni tan difícil. Pero es un proyecto de largo plazo, cuyos resultados se perciben en una o dos décadas. Se necesita una política de estado, no de gobierno o de partido» (GdelaD).

Francia, con un problema estructural semejante, consiguió bajar del 21.1 al 17.5 por cien en los últimos tres años. En el momento peor de la crisis llegaba al 24. Alemania ha reducido su desempleo juvenil en ese periodo del 12.3 al 10.2.

Francia no consigue pasar de 600.000 jóvenes en formación profesional. Alemania tiene 1.600.000, de donde salen buenos fresadores e ingenieros técnicos aeronáuticos. Del gran empréstito lanzado por Nicolas Sarkozy, 500 m. se sumarán a los 1.800 m. aportados a la formación profesional por las empresas. El 90 por cien de los aprendices franceses han conseguido su primer empleo a los seis meses de comenzar su formación: es decir, trabajan y su formación sigue. En España, ¿cuánto aportan las empresas y cuánto el estado? Y sobre todo, ¿cuáles son las consecuencias reales de ese impulso para los jóvenes que quieren formarse?

El señuelo engañoso de la construcción surgió en España hacia 1960: al desaparecer de pronto, una generación quedó en la cuneta. La construcción desordenada trajo ventajas pero también muchos daños. Muchas estadísticas oficiales ocultaban la realidad. No entendíamos casi nada, pero eso sí lo entendimos.

A pesar de la crisis, España ha escalado con enorme esfuerzo niveles propios de una potencia europea. Pero no lo ha hecho en formación profesional. De todas las amenazas, esta es una de las más peligrosas.

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