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El año de Belén

ESTEBAN, por supuesto. Cuando un mal entendido laicismo va postergando los belenes navideños, esta Belén de San Blas se ha convertido en el irremediable y multitudinario icono final del año de la crisis, esa crisis sin rostro que se encarna en los de cuatro millones de parados y doscientos mil empresarios en quiebra. Después de tantas vueltas y tantos acontecimientos, de tantos protagonistas disueltos en la volatilidad de los días y los hechos, 2009 no ha sido en España el año de Patxi López, el primer lendakari no nacionalista; ni el de Messi y Guardiola, líderes de un equipo de ensueño; ni el de la retirada de Solbes y la irrupción planetaria de Leire Pajín; ni el de la sucesión andaluza del virrey Chaves; ni el de los trajes de Camps y el estrafalario estrellato del conseguidor Bigotes; ni el de la vana arqueología mortuoria de los restos de Lorca; ni siquiera el año en que se agotaron los conejos de la chistera de Zapatero y Rajoy le dio la vuelta a las encuestas entre el cainismo suicida de sus compañeros de partido. Ha sido el año triunfal y arrasador de Belén Esteban, fulgurante cometa mediática cuya estela se proyectará, campanadas mediante, hasta el umbral de un 2010 que nace bajo el indiscutible liderazgo de su popularidad arrasadora.

Desenvuelta, intuitiva, descarada y audaz, Esteban encarna ese ramalazo populista que fascina a la opinión pública porque le pone delante un espejo aspiracional en el que mucha gente identifica a una de los suyos. Una chica de barrio, dueña de una frescura procaz y una asombrosa seguridad en sí misma, que se ha alzado sobre la plataforma de oropel de la telebasura para proyectarse como una Cenicienta victoriosa capaz de salir viva de las entrañas del monstruo devorador de famas y reputaciones. Belén ofrece en espectáculo una biografía hueca, bidimensional, carente de cualquier relevancia que trascienda la sugestión hechizante de esa nada exhibicionista, y transforma su vulgaridad en un producto de consumo de masas con el toque mágico de una reina Midas. Su éxito es el de una mujer corriente que conecta con el público a través de un desparpajo natural, un lenguaje directo y una completa ausencia de complejos; una virtud demótica por la que cualquier político vendería su alma al diablo de las encuestas. Pero ahí está precisamente la diferencia; frente al perfil más o menos soberbio, distante, de los que alcanzan la fama por una habilidad especial para la creación, el deporte o la cultura, y sobre todo frente a quienes copan la escena pública por su sola pertenencia a una cerrada casta dirigente, Belén Esteban reina en la sociología común porque saca del armario de la vulgaridad el retrato de una España ancha y plana, cotidiana y gentista. Ordinaria en el estricto sentido del término.

Esa España que no nos gusta, pero que es la que tenemos. La que somos, a fin de cuentas.

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