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Oslo

O sea, que Obama es de Marte, y Rodríguez, de Venus. Va a ser que no, o que muy chungo, lo de la conjunción planetaria de liderazgos para 2010 de la vidente Pajín, como ya avancé en mi última columna. Si vas a Leire, monasterio navarro epónimo de la célebre pitonisa alicantina, te cuentan la leyenda de San Virila abad, aquel monje local del siglo IX que se quedó en éxtasis durante mil años oyendo cantar a una calandria en lo profundo del bosque. A él le pareció que sólo había pasado una hora, pero, cuando volvió al cenobio para desayunarse, se encontró con que lo había desamortizado Mendizábal y ya no servían churros. La leyenda en cuestión es una de las numerosas variantes de un arquetipo medieval muy difundido, que aparece también en las cantigas de Alfonso el Sabio, y estudió a fondo el erudito polígrafo gallego Figueira Valverde.

A Leire Pajín, salvando las distancias, le pasó algo parecido con el éxtasis. Que flipó de lo lindo y se salió de la procesión de los tiempos, como Nostradamus. Tanto viaje, sola o en compañía de Moratinos, acabó por despellejarle los cables. Una malvada teoría californiana de los años de la contracultura sostenía que, a los monjes medievales, los hacía propensos a las visiones extáticas el consumo habitual de pan de centeno afectado por el cornezuelo, un hongo que contenía ácido lisérgico. Trola pura, como pueden atestiguar los millones de españoles que no comieron otra cosa a lo largo de la posguerra, sin que produjeran otros visionarios que la exigua minoría de escritores adeptos al realismo socialista. Pero a saber qué porquerías de tapas habrá andado probando la hoy flamante senadora autonómica durante sus correrías por el Cuarto Mundo como cooperante mayor del reino. Lo mínimo, criadillas de mono gramático a la margarina de mandioca, sobre lecho de cannabis deconstruido. Así que a quién le extraña que se levantara un día con aquello de he tenido un sueño, atentos todos al acontecimiento planetario. Y ahora viene Obama con la rebaja.

Vaya, que el discurso de Oslo me lo ha puesto a Rodríguez en un membrete, a días de asumir la presidencia de la Unión Europea. Ironías de la vida, el final de la breve euforia del buenismo universal se perfila ya como una reproducción ampliada de la época de la alianza de Bush, Blair y Aznar, aunque se sustituya la doctrina neoconservadora de las intervenciones preventivas por las especulaciones socialdemócratas sobre las guerras justas, a lo Michael Walzer, lo que, retrospectivamente, hará aparecer la predicción astrológica de la senadora Pajín como una versión megalómana y estúpida del espíritu de las Azores. La situación mundial, con todo, es bastante peor, y nada digamos de la posición relativa de España en la misma. Si el presidente norteamericano persiste en los propósitos que ha enunciado en la recepción del Nobel más raro de la Historia, es previsible que el semestre europeo de Rodríguez se caracterice por una creciente presión de Obama para obtener el mayor compromiso posible de los aliados de la OTAN en la defensa de las precarias democracias de Irak y Afganistán. Como poco, esto complicará un multilateralismo utópico cuyas últimas manifestaciones europeas -por ejemplo, la declaración de los ministros de Exteriores de la UE, el pasado martes, sobre el futuro de Jerusalén- rozan lo patético. El contraste entre Oslo y Bruselas, entre los urgentes imperativos militares derivados del desafío islamista y los villancicos pacifistas navideños, no ha podido ser más extremo. Esto es lo que hay y lo que resultará insostenible hasta para Rodríguez.

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