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Crucifijos

BUENO, pues tocaba bronca con los obispos. Cuando se acumulan las chapuzas tipo somalí, mauritano o saharaui y a uno no le ocurre qué nueva sandez proponer para sostener la insostenible moral de los desempleados, cuando no se sabe si en Cataluña se montará o no otro seis de octubre del treinta y cuatro, cuando la conjunción planetaria de los líderes natos de la tonta del bote va a resolverse en una escalada bélica allá por Afganistán (con participación española, faltaría más) y en una especie de quilombo sin precedentes y a nivel continental en Latinoamérica, vamos a echar un viaje a los crucifijos, a ver si la Conferencia Episcopal salta y tenemos para ir tirando otro mes. Y la oposición entra al trapo y se pone a hablar de belenes y de catedrales, en vez de haber ido a lo suyo, o sea, a decirle a Gabilondo que vaya metiendo el pacto por la educación en el congelador hasta nuevo aviso. Lo preocupante no es que el PSOE recurra a la provocación, sino que el PP responda en el mismo registro, es decir, como Rodríguez espera. Porque el Presidente disfruta cuando consigue que la derecha saque a pasear sus fantasmas y hable de muertos abandonados en las cunetas o de iglesias demolidas, delatándose como franquistas que tratan en vano de reprimir su memoria colectiva y confirmando, de paso, la concepción progre de la política como continuación de la guerra civil por otros medios.

Cuando los políticos del PP usurpan inconscientemente el papel del clero católico, suceden, de ordinario, dos cosas: el abandono, por muy provisional que sea, de su función de impugnación parlamentaria concede al gobierno y al partido que lo sostiene un respiro gratuito, y, por otra parte, incurren en un clericalismo de caricatura, lo que permite, por ejemplo, que El País del pasado viernes explique la retirada de la propuesta del PSOE como medida preventiva ante las consecuencias que podría tener la intransigencia de una oposición implícitamente asimilada a una banda de curas trabucaires. Es claro que el motivo del repliegue socialista ha sido el súbito descubrimiento del alcance de la propuesta presentada por ERC e inmediatamente secundada por los talibanes del PSOE, que apuntaba a la erradicación de los crucifijos incluso en los centros religiosos concertados. Lo de los belenes y las catedrales ha permitido al partido del Gobierno (y a la prensa afín) disimular el patinazo.

Lo más sensato, por parte del PP, habría sido, insisto, anunciar la suspensión de todas las negociaciones en torno al pacto por la Educación ofrecido por Gabilondo hasta que los diputados socialistas se la envainaran. Pero eso habría supuesto hacer política, y, cuando se toca a la Iglesia, la derecha se cree obligada a deslizarse hacia la apologética católica, materia de la que ya no tiene ni idea. Por cierto, mi hijo estudia en un colegio concertado donde no hay un solo crucifijo, aunque sí otros símbolos ajenos al cristianismo y tan respetables como aquél desde el punto de vista de la libertad de elección que asiste a los padres para decidir sobre la educación de sus hijos, que es lo que el PP debería defender. Tarde o temprano será inevitable negociar la presencia del crucifijo en los pocos centros públicos donde se conserva, toda vez que las APA se van llenando de iconoclastas más obsesos con este asunto que la niña de El Exorcista, pero negociar significa buscar el consenso, no hacer hogueras con los crucifijos en el patio. Lo ha recordado Ángel Gabilondo, que, aunque a toro pasado, ha estado a la altura de su cargo y muy por encima de la mayoría parlamentaria.

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