Qué cruz
COMO tenemos el sistema educativo más sólido, equilibrado y competente de Europa; el profesorado más motivado, el plan de estudios más riguroso y los alumnos con mayor aprovechamiento; como la enseñanza española es un ejemplar dechado de virtudes académicas y cívicas, el Gobierno ha decidido poner la guinda a tanta perfección añadiendo la imprescindible reforma que faltaba para terminar de iluminar nuestras escuelas con la luz resplandeciente del progreso: retirar los crucifijos de las pocas aulas en que aún queda alguno. Y ello con la desinteresada colaboración de los independentistas catalanes, enternecedora y súbitamente preocupados por el perfeccionamiento intelectual del país del que se quieren separar. Estamos salvados: nuestras futuras generaciones quedarán vacunadas contra cualquier veleidad de superchería moral y contarán con un inmaculado aprendizaje en el que ningún fetiche religioso les distraerá de su sagrada dedicación al conocimiento y la ciencia.
La característica esencial del zapaterismo, un estilo de gobernar definido por el filósofo Claudio Magris como «política pop», es su atenta dedicación a los detalles, su afición por la gestualidad y su reiterativa inclinación a los debates superficiales de gran impacto mediático, a las simplezas de fácil consumo masivo. Propenso a sufrir colapsos ante cualquier situación crítica, incompetente para la gestión de problemas y mal dotado para la reflexión intelectual y los proyectos de cierta hondura, el presidente posee sin embargo una aguda intuición para galvanizar a la opinión pública a base de agitar banderas de colorines chillones y mostrar baratijas ideológicas. Sabe crear climas artificiales de gran intensidad dramática aparente, y envolver su falta de profundidad en esquemáticas categorías simbólicas con las que siempre encuentra un disfraz de convicción. Carece de objetivos a largo plazo y suele fracasar en cualquier cometido esencial, pero se las pinta de maravilla ante cualquier banalidad accesoria. Por eso este Gobierno tiene más tonterías que un mueble bar. No hay insustancialidad que no le guste ni bagatela política de la que no saque partido, con tal de que le sirva para montar escenarios de agitación y discordia en los que pueda comparecer disfrazado de un progresismo de guardarropía.
La retirada de los crucifijos es su (pen)última ocurrencia para forzar un nuevo debate ortopédico, de esos que siempre apuntan contra la tradición y la conciencia católicas porque su intenso anclaje social garantiza una alharaca muy ruidosa y un divisionismo bipolar rentable. La educación pública se halla en estado de calamidad y al poder sólo le interesa desnudar de referencias religiosas -bueno, católicas, las otras las deja estar- la escenografía de ese desastre. Pero la verdadera cruz de la enseñanza la llevan a cuestas todos los que tienen que ver con ella.
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