Cómo sobrevivir al fin del mundo

El cine apocalíptico tiene su punto, admitámoslo, pero por paradójico que parezca siempre ha quedado mejor en producciones de serie B. «2012», que es todo lo contrario, ofrece sus propias contradicciones: la fecha del título es muy cercana y la trama no puede resultar más lejana, por mucho que embarquen también a España en esta aventura con ínfulas bíblicas. En el año de marras no llueven meteoritos ni se acaba la gasolina. Tampoco llega el Maligno o algún extraterrestre travieso. Lo que ocurre es que el interior del planeta se cuece justo cuando los incas predijeron que ocurriría. El Sol está rabioso y sus microondas originan un terremoto global que deja al temido «big one» a la altura de un estornudo de clase A. Desde «Twister» no se había explotado tanto un solo efecto especial.
Para detectar inverosimilitudes en la película de Emmerich —maneja presupuestos con la misma alegría y similar criterio que Florentino Pérez— basta con ver el tráiler. A los protagonistas, una familia desestructurada con marcha atrás, les ocurre como a los periodistas de ahora: tienen la sensación permanente de que el mundo que conocen se desmorona justo por donde pisan, aunque, por el momento, siempre hay un trocito de tierra frágil donde dar el próximo paso. A pie, en limusina o en avión, John Cusack y los suyos se pasan la película huyendo desde un epicentro de emociones y efectos especiales cuya mayor virtud, aparte del alarde técnico, es su capacidad para mantener despierto al espectador (si es sordo, tiene alguna posibilidad más de caer). Asumido el modelo de producción, a la cinta quizá le falte algo de humor, salvo que consideremos como tal alguna escena de acción y, sobre todo, el detalle de señalar al presidente italiano (nombres no se dan) como un benefactor de la humanidad dispuesto a sacrificarse por los demás. Qué tío, Silvio.
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