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La película española del año

La película española del año

Lo difícil no es meter una cámara de cine en una cárcel, sino sacar de allí algo que no esté tan sobado como la pelota del Barça. El cine carcelario es un viejo limón que se ha exprimido al máximo, por eso tiene más mérito lo que consigue Daniel Monzón con «Celda 211», que entra allí a encontrarse con lo de siempre pero sale con un retrato original, complejo y endurecido. Tras un par de situaciones que sirven de prólogo y causa de toda la trama, la película empieza sobre la espalda de Malamadre, que es como se hace llamar el preso más peligroso..., el fulano vuelve entonces la cara hacia la cámara, o sea, hacia el espectador, con el fin de conseguir un impacto sorprendente: es Luis Tosar y tiene toda la traza de haber matado a hachazos a su propia familia.

Es sólo un ejemplo de lo que Daniel Monzón le añade al original literario en el que se basa (la novela de Francisco Pérez Gandul): poner encontronazo visual donde había estilo literario y narrativo.

En un par de ágiles vistazos, la película despliega su juego y sus jugadores: un motín de presos manejado por Malamadre y sus retoños, cada uno de ellos con su tara marcada en el rostro, y en el medio queda accidentalmente aislado, o sea, atrapado entre ellos, un funcionario de prisiones recién llegado... El paisaje ha de ser, forzosamente, negro, como el género que usa Monzón para contar la peripecia llena de violencia e inteligencia que vamos a ver.

Se empieza a tejer un «thriller» angustioso (un personaje atrapado en un círculo de crueldad y venganza), pero al tiempo se empieza a recorrer el camino inverso a la construcción de un tópico: tras mostrársenos los personajes en una pincelada, lo que los convierte en clichés (el tarado, el chivato, el traidor, el torturador...), poco a poco la película consigue ir deshaciendo el tópico, lo manido, y mostrarlos en toda su complejidad.

Existe, pues, un afán descriptivo por parte de Monzón, aunque no tanto del paisaje (es como es) como de interiores. En ese sentido, el personaje de Malamadre, al que se nos irá deshojando como a una alcachofa, recorre sin moverse apenas del sitio tanto kilometraje moral e íntimo como si protagonizara una «road movie», y su relación con el recién llegado adquiere esas tonalidades míticas del western o del cine «de hombres» de Howard Hawks.

Toda la consistencia visual de la película se sostiene en aquellas espaldas que vimos al principio, las del actor Luis Tosar, que consigue aquí una interpretación tan medida como la marca de un atleta, pero al tiempo tan extrema que es capaz de expresar la mayor brutalidad y al tiempo esa rara integridad y rectitud que se advierte en la épica y la líricadel criminal más retorcido.

Tosar es, pues, la columna vertebral de la película, pero el osario es completo, y a su lado hay media docena de actores que le dan consistencia a la carne de preso. Vicente Romero, uno de esos actores que siempre dan con la mejor tecla de su personaje, es la pieza clave del ambiente, del clima amenazante e inteligente que rodea al protagonista; pero Luis Zahera, Carlos Bardem, Manuel Morón..., son el extractor de aire limpio preciso para hacer el ambiente irrespirable... Entre todos le dan credibilidad al paisaje y profundidad al paisanaje.

El protagonista, es decir, el que está frente al antagonista, que es Luis Tosar, es el joven actor Alberto Ammann, el funcionario atrapado, que mantiene una dignísima pelea contra la sensación de que su personaje lo hubiera clavado Edward Norton. Ammann lo borda en el fragor de la batalla, pero no maneja la única parte «débil» de la película: el tono cálido de los «flash-back», cuando ese personaje se agarra a sus agradables recuerdos, con su historia de amor (Marta Etura)... Eso, junto al hecho de que el cliché del «poli malo» no consigue deshacerlo con tanta lucidez como otros (a pesar de la fortaleza que invierte en interpretarlo Antonio Resines), son los peros de esta brillante película de género, probablemente la mejor española (o en español) del año.

Al término de «Celda 211», cuando uno consigue poner a ritmo las pulsaciones, es cuando se puede permitir el lujo de alguna reflexión sobre ella. ¿Qué ha visto?... ¿Una película airada y llena de acción e intriga?... Pues, sí, sin duda. Pero también un «producto» que corrige esa absurda idea de que el cine español no está para ciertos trotes, y hasta te reconcilia con otras preconcebidas y mal cocinadas respecto a actores, directores o géneros. Y entre la diversión, la emoción y la acción que ofrece esta película, Monzón se permite además el lujo de, sin decirlo, sin subrayarlo y casi sin insinuarlo, recolocar esos conceptos del bien, el mal, la amistad, la honradez, el adentro y los afueras. En fin, clichés.

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