La medida de Rajoy
SI Mariano Rajoy logra sobreponerse al escándalo Gürtel y salir políticamente vivo de esa hoguera que está abrasando al PP será muy difícil que no alcance la Presidencia del Gobierno. Un problema de ese calibre constituye un máster en gestión de crisis capaz de poner a prueba cualquier liderazgo; no sólo porque se ha ramificado en los entresijos de las instituciones y en la propia estructura del partido, sino porque se desarrolla en un diabólico tempo fraccionado a plazos que exige respuestas graduales sin conocer la solución definitiva. Con sólo un tercio del sumario a la luz pública se ha producido un verdadero terremoto que ha hecho zozobrar la cohesión interna de la organización y ha bloqueado su tarea de controlar y oponerse al Gobierno; todo ello, además, en el momento en que venía consolidando una apreciable ventaja en los sondeos. Hace dos semanas que el PP no puede abrirse hueco ni tomar iniciativa alguna, mientras el presidente Zapatero concluía una gira internacional que, aun sin resultados apreciables, ha transcurrido sin una sola metedura de pata con la que la oposición pudiese tomar aire.
El caso Gürtel se ha convertido en la medida esencial de Rajoy como candidato de la alternativa. Por un lado el Gobierno mueve su larga mano jurídica y policial para dosificar el hostigamiento a su conveniencia, y por otro los redivivos enemigos internos arrecian un bombardeo de ablandamiento que desestabiliza el manejo del conflicto. Bajo esta doble presión conspirativa -más peligrosa para él la segunda- el característico estilo cachazudo y veterano del político de Pontevedra chirría ante una opinión pública acostumbrada a la urgencia y entregada a la pasión de las sensaciones fuertes. Cuando el oleaje se encrespa la teoría aconseja que el capitán conserve la calma, pero el presidente del PP ofrece demasiado a menudo la sensación de que su flema es pasividad y su quietismo un modo de evitar las decisiones y esperar que se pudran los problemas. Aunque el martes tuvo que dar un golpe de autoridad porque no lo podía chulear un pollo sin media bofetada, la falta de costumbre provocó un fatal desgaste de dudas y contradicciones que han dejado una atmósfera indecisa de solución a medias.
Quizá Rajoy sea consciente de lo largo que se va a hacer este calvario, tema recibir más sorpresas desagradables y esté tratando de minimizar los daños para que el partido no quede triturado al atravesar la tormenta. Por el momento ha podido controlar el timón aunque haya sido a costa de un fuerte zarandeo, pero necesita generar más confianza porque está en una coyuntura decisiva de la que ya sólo puede salir liquidado o más fuerte; igual no se va a quedar por mucho empeño que ponga en mantener el statu quo. Al menos esta semana se le ha atisbado por una vez algo parecido a una tardía pero patente sacudida de cabreo.
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