Clinton en Moscú
La cuestión iraní no sólo es uno de los temas más delicados de la agenda diplomática norteamericana, también es uno de los más expuestos para el propio presidente. De todos son conocidas las diferencias entre Clinton y Obama sobre cómo afrontar este problema. Millones de personas les pudieron ver debatir sobre ello durante la campaña electoral. Ahora le toca a Obama demostrar que tenía razón, porque hasta la fecha parece que era Clinton quien hablaba desde el conocimiento del tema y la responsabilidad del gobernante.
Todo apunta a que las próximas conversaciones con Irán van a suponer un nuevo fiasco. Ese será el momento de cambiar de política y dejar atrás las ensoñaciones de Obama. Cabe considerar tres escenario, los mismos tres que barajó Bush: aprobación de sanciones muy contundentes que dobleguen la voluntad de los fanatizados gobernantes iraníes, sanciones más ayuda a la oposición para forzar la crisis del régimen de los ayatolás o, por último, bombardeo preciso de las instalaciones donde se desarrolla el programa nuclear.
Para aplicar la primera opción, la más acorde con el sentir del obamismo, hace falta la colaboración de Rusia y China. Clinton llega a Moscú con ese fin, haciendo valer la cesión norteamericana en la cuestión del escudo antimisiles y el precio pagado en sus relaciones con los europeos del Este que, con toda la razón, denuncian airadamente que han sido utilizados como moneda de cambio entre las grandes potencias.
Rusia tiene que dar alguna satisfacción a un Obama solícito a sus demandas, pero incapaz de afrontar con eficacia las grandes cuestiones de la agenda internacional. Clinton puede lograr de Putin el apoyo ruso a la aprobación de nuevas sanciones por parte del Consejo de Seguridad, pero es dudoso que éstas sean todo lo contundentes que EE.UU. necesitaría.
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