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Un oscar para Obama

COSAS MÍAS

La Obamamanía va a camino de convertirse en la Obamahisteria. Incluso más fuera de Estados Unidos que dentro. Al fin y al cabo, es allí donde una buena parte de los analistas y de la opinión pública ha acogido con humor el Premio Nobel de la Paz y broma, parodia, chiste, han sido conceptos profusamente usados. Y es en Europa donde el Comité del Nobel ha enterrado definitivamente el escaso prestigio que le quedaba.

Que le dan ahora el Oscar al Mejor Actor, ironizaba un columnista americano, en un atinado resumen de este culto idólatra al líder con los excesos entre excéntricos y kitsch que rodean a las estrellas de la pantalla. Y que tiene lamentables consecuencias políticas. Cuando la histeria se trasmuta en agresiva descalificación de todos aquellos que cuestionan su política o su estilo de liderazgo. Ultra es la descalificación que tritura a quien censure al ídolo. El ídolo no se toca, se venera. La máquina del odio de la derecha, espeta Michael Moore sobre los críticos al Nobel.

Hasta analistas aparentemente serios y sensatos hablan de un clima de odio parecido al que precedió al asesinato de Isaac Rabin, en un pasmoso olvido del clima anti-Bush. Que si esto es odio, la movilización contra Bush parecía la antesala de la 3ª Guerra Mundial.

Quizá lo más inquietante de la Obamahisteria es que ha atrapado al propio ídolo. Sus ojos, su sonrisa, sus gestos el pasado viernes no se correspondían con sus modestas palabras. Como los más fanáticos de sus seguidores, él sí creía que se merecía el Nobel.

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