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Tentar la suerte

TIENE suerte el PP de la intensa fidelidad de su electorado. Un escándalo como el de la trama Gürtel habría reventado a cualquier partido en un país donde el voto ideológico o biográfico -«a los míos»- no estuviese tan arraigado como en España. El cabreo del centro-derecha contra Zapatero es tan hondo que muchos electores tratarán de desalojarlo del poder sin necesidad de taparse la nariz en las urnas; en ese sentido, es probable que el coste político de este aquelarre de corruptos sea relativamente bajo, aunque a los ojos de la opinión pública el partido haya quedado abierto en canal con las miserias al aire. También es posible que el habitual desaliño procesal de Garzón acabe en una nulidad de actuaciones por haber permitido la grabación de charlas de un preso provisional con su abogado. Pero lo que no tiene vuelta atrás es la visión obscena de una caterva de logreros capaces de sobornar con regalos, billetes y putas a un impresentable elenco de cuadros directivos y cargos públicos; esa escabrosa, bananera imagen de soez pornografía política, tardará mucho tiempo en borrarse del imaginario nacional. Y sea cual sea su factura electoral, ha causado un daño moral irremediable.

Por eso el marianismo no puede tentar demasiado la suerte de contar con un potente apoyo sociológico. El grueso de su fuerza electoral va a respaldarlo pase lo que pase, pero existe un sector templado al que esta clase de conductas causan una repugnancia insoslayable. Y para ganar se necesitan todos los votos. Más ahora que existe una fuerza tercerista -la UPyD de Rosa Díez- capaz de recoger la cosecha del descontento. Pero incluso un deslizamiento hacia la abstención de los electores moderados como expresión de su decepción ética causaría al Partido Popular un daño irreparable.

Para evitarlo Rajoy no tiene otro camino que el de la depuración, la autoridad y la voluntad regeneradora. Sin tapujos, paliativos ni paños calientes. Lo que ha pasado es muy grave al margen de su relevancia jurídica, y el líder del PP lo sabe bien porque es un hombre decente y porque, además, lo han engañado a él mismo ocultándole el alcance del problema. Si se fió de quienes consideraba honorables -en todos los sentidos- tiene que manifestar ahora que tomarle el pelo no sale gratis.

Por eso la reacción, que ya ha empezado, no sólo tiene que producirse sino que ha de verse de forma nítida, escenificada en gestos tajantes de regeneración y disciplina. Sanciones y expulsiones mejor que renuncias y salidas pactadas; no puede haber piedad con gente indeseable. Tantas veces se ha dicho que los partidos y las causas están por encima de las personas que ha llegado la hora de demostrarlo. Para ser alternativa de recambio hay que ser distinto a lo que se quiere cambiar. Y para generar esperanza es menester merecerla.

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