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ABC Cultural

¿Está Lorca en esta fosa?

Algunos historiadores y periodistas afirman que la familia Lorca logró exhumar al poeta. Una «anomalía» detectada por el geo-radar podría corroborar esa hipótesis

¿Está Lorca en esta fosa?

Cuando el investigador Luis Avial presentaba en ABC su exploración del supuesto enterramiento de Lorca, señaló distraídamente una «anomalía» detectada por el geo-radar en la fosa, donde como mínimo se apilaron 5 o 6 cuerpos. «Era demasiado grande y cavar cuesta mucho esfuerzo. Yo no sé quién está ahí debajo. Pero sí sé que fue cavada para más gente».

Se daba por bueno que la madrugada del 18 al 19 de agosto de 1936 con Lorca aquí se fusiló a otros tres hombres. Dos banderilleros anarquistas: Francisco Galadí y Joaquín Arcollas. Y al maestro de escuela Dióscoro Galindo. La petición de abrir la fosa la cursan los descendientes del primero y del último, que reclaman a la Junta de Andalucía la identificación de sus restos.

«Cuatro muertos no exigían una fosa que servía para un mínimo de seis», nos explicaba Vial en presencia del escritor Pedro Corral, sin saber que ya habían aparecido otros dos: Fermín Roldán García y Miguel Cobo Vilches. «Sean ellos los que dicen, o no, aquí se deben encontrar, por lo menos, 6 osamentas».

«¿Es una exhumación?»

Luego vino la pregunta: «Esa anomalía, ¿puede deberse a una… exhumación?» Vial no había previsto tal posibilidad y especula: «Es una hipótesis, sólo una hipótesis, pero plausible. Yo imaginaba un agujero hecho por un jardinero.. . Pero si el que provocó la anomalía buscaba un cadáver, sabía exactamente dónde estaba (por haber sido testigo o por ser uno de los ejecutores). Esa hipotética exhumación debió ocurrir en fechas próximas al enterramiento. Ya que si se hubiera producido mucho después, digamos, en los años 60, habría afectado a la bolsa entera: los autores podrían saber el lugar del enterramiento, pero no la exacta posición de una de las víctimas». Y es que esa anomalía bien pudiera ser el vaciado de un volumen (el cuerpo aún no estaba consumido)… y su vacío: «Al asumirlo, la arena reintegrada se combó hacia abajo».

El caso es que a Avial también le llamó la atención la exactitud de los puntos de referencia que Agustín Penón, pionero de la investigación en Granada sobre la muerte de Lorca, obtuvo en los años 50 sobre la localización de la fosa. «Parece haber descrito ésta». Sólo sabe que ahí existe una bolsa, pero no quiénes están en ella: «Ese dato jamás lo aporta un geo-radar».

El investigador tampoco había pensado en una exhumación como causa de la «anomalía» que muestran los radarogramas. Pero esa hipótesis —siempre una hipótesis— no resulta nueva. A ella apuntan los trabajos del periodista Fernando Guijarro que ahonda en testimonios de una tesis doctoral de 1994, obra de María José Córdoba, y de algunos historiadores. Según ellos, don Federico, naturalmente deshecho por la muerte de su hijo, como cualquier padre, buscó la manera de recuperar el cuerpo. Reunió 300.000 pesetas de la época —una suma elevadísima— y las entregó a las autoridades para que le permitieran desenterrar al poeta, dos días después de su muerte, a las tres de la mañana. Primero fue trasladado a la finca de un familiar y luego a la Huerta de San Vicente, para sepultarle en los cimientos de la ampliación del edificio, bajo la sala del piano. Y es que el gobernador militar de Granada, Valdés, necesitaba fondos: la provincia estaba aislada de la zona nacional. Eso dicen. Tal hipótesis la avalan, entre otros testimonios, con el de la Angustinica (Angustias Pérez Palma), una sirvienta de 16 o 18 años vecina de los Lorca, que trabajaba para la familia de Valdés, quien había dado la orden de ejecutar al poeta, tras haber sido éste denunciado y detenido en la casa de los Rosales, donde se escondía, por Ramón Ruiz Alonso, como ha documentado Ian Gibson (quien a su vez secunda la hipótesis de la exhumación).

Un labrador

Estos autores también aluden al libro del falangista Eduardo Molina Fajardo («Los últimos días de García Lorca», Plaza & Janés, 1983) en el que un labrador de Víznar testimonia que «una señora fue con autorización del Gobierno para retirar unos restos de los pozos, y que en la localidad se supuso que eran los de Federico García Lorca».

En fin, muy pronto se sabrá cuántos muertos hay en la fosa de Alfacar. A nadie le importará esa exhumación —hoy sólo una hipótesis— si es que se confirma, ni que el poeta descanse aquí o en su amadísima Huerta de San Vicente. Pues, desde que Sófocles fijó en «Antígona» la obligación de dar a todo hombre una sepultura digna, hace mucho más de 2.000 años, sabemos que ningún muerto debe pudrirse en las cunetas. Aunque sea a costa de un mito.

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