La película ágora
No se ha estrenado todavía pero casi es como si ya la hubiese visto. No hago más que toparme con libros sobre Hepatia de Alejandría y sobre su espantosa muerte, a manos cristianas, por supuesto. De entre todo lo que he leído me quedo con el análisis de Antonio Barnés Vazquez en Aceprensa y el artículo de Luis Alberto de Cuenca -«La leyenda de hepatia»- publicado en el ABCD de ayer. Parece ser que el causante de la fechoría fue San Cirilo, que ya había acabado con el templo de Isis reemplazándolo por templos cristianos y que acabó lanzando su ira contra esta filósofa y matemática que, para colmo, simpatizaba con el cristianismo y tenía alumnos de ese credo que convivían con otros paganos en clima de amistad. La lucha hay que analizarla, pues, en clave política. Estamos a mediados del siglo V y el Imperio se tambalea.
Pocas décadas antes, Prisciliano, procedente de Galicia, un pedagogo rico y poderoso que abrió escuela gnóstica, había armado un movimiento que también acabó en desastre porque cuestionaba el poder político, no sólo la unidad de la fe. Él y los suyos fueron decapitados aunque, como nos cuenta Menéndez y Pelayo en sus «Heterodoxos», «no se extinguió con la sangre derramada en Tréveris el incendio priscilianista».
Estos hábiles contadores de historias, como Amenábar, de todos modos adaptan la historia a sus guiones. Es el caso de la joven y peliculera Hepatia cuando, en la realidad, contaba ya 60 años y, desde luego, no era pagana, sincrética a lo sumo. Lo mismo ocurre con algunos personajes que no suelen aparecer en las historias de Prisciliano. San Martín de Tours, por ejemplo, que se opuso con vehemencia a su ejecución y la de sus seguidores, enfrentándose a las autoridades civiles y religiosas, que desde Constantino andaban mezcladas. El cine, como ahora con Ágora, convierte opiniones más o menos fundadas, en realidades.
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete