Fuerzas desarmadas
SI a un niño se le pide que pinte un soldado dibujará un hombre con una escopeta. Las armas son tan consustanciales al Ejército que a los militares se les llama Fuerzas Armadas. Pero al Gobierno español le dan yuyu los fusiles y lleva años haciendo publicidad de la milicia sin mostrar una sola metralleta. Buen rollito. En los spots de Defensa suelen aparecer enfermeros, auxiliares, pilotos, técnicos de comunicaciones y gimnastas haciendo tirolinas, y este año hasta unos cocineros pastoreados por Ferrán Adriá; ni por asomo se ve algo parecido a cualquier cosa que dispare, ni siquiera al blanco de una barraca. Lógico que no salgan escenas de combate, pero el zapaterismo ha eliminado toda referencia al carácter armado de la condición militar. Y además ha añadido a Vicente del Bosque -al que en la mili y en el Real Madrid llamaban el «tres piernas»-, que viene a ser como el general que manda el ejército simbólico, y por supuesto desarmado, de España. Escopetas ni una, que las carga el diablo.
Con este discurso pacifista, subliminal como en la propaganda de la tele o explícito como en los discursos del Congreso, es imposible que los ciudadanos acaben de aceptar la posibilidad de que algunos soldados vuelvan muertos de las misiones en el extranjero. Si van a construir hospitales no tiene lógica que se vean envueltos en batallas. Ese empeño estéril constituye una debilidad moral que reduce al absurdo el papel de nuestro Ejército y lo ata de manos a la hora de defenderse, al tiempo que sitúa al Gobierno ante una incomodidad argumental evidente. Zapatero y su ministra Chacón tratan de introducir a las Fuerzas Armadas en la horma de sus prejuicios y el resultado se parece mucho a un complejo mal resuelto. Ya queda claro que en la sociedad moderna la Defensa es para defenderse, no para atacar, pero falta por explicar a la gente que su libertad a veces hay que defenderla en conflictos lejanos donde existe un riesgo de morir y de matar que los soldados afrontan porque son profesionales al servicio de la democracia. Profesionales de la guerra. Disimular ese concepto es una mala política que sólo conduce a la confusión y el desconcierto.
Como lo es también la negativa redonda a emplear al Ejército en la defensa real de los pescadores españoles amenazados por la piratería del Índico. Ahí hay en juego intereses nacionales y no se entiende la inhibición del Gobierno; si se trata de una cuestión económica debe de haber mil modos de compartir la factura. Pero más bien parece que es cuestión de principios, y resulta difícil encontrar alguno lo bastante sólido para dejar a unos ciudadanos nacionales a merced de los saqueadores o abocarlos al albur legal de contratar mercenarios. A menos que Defensa esté pensando en enviar a Somalia, para asustar a los piratas, a la selección de fútbol. Y a Del Bosque con el trípode.
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