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España (86-66) desempolva la guillotina

El gallo a la cazuela. Fue el destino del símbolo francés a manos de un equipo español depredador, insaciable, sin piedad. Ojalá haya que retrasar al máximo el debate sobre el motivo de la tardanza en contemplar la verdadera imagen de los campeones del mundo, los mismos que hace unos días dejaron para la última convocatoria el paso de curso. Con el maldito chisme con el que Jean Louis Guillotin creía poder aliviar la tortura de los condenados a muerte, la Roja decapitó a Francia.

Pasaron Collet y sus hombres por la guillotina. Uno a uno accedieron al cadalso para solaz de un rival pletórico en el juego desde la defensa. Ricky había pencado la materia en la mayoría de los controles. Dejó el atracón para una fecha tan señalada en la que se jugaría su incipiente reputación con un icono como Tony Parker. Le desquició. El catalán invirtió los papeles y España lo entendió como una señal.

Quedó en testimonial el cambio de planes que supuso ver a Garbajosa con dos faltas en el primer minuto. Sólo tardó unos segundos más Francia en comerse la primera posesión ante el cierre de fronteras decretado por los de Scariolo. Rudy validó su carnet de triplista y las buenas lecturas en la retaguardia desembocaban en los dos tapones seguidos con que Mumbrú y Pau Gasol despidieron el parcial. 15-25 con lo mejorcito visto hasta entonces en Polonia.

El segundo acto nacía con un robo de Marc, la sexta pérdida que Francia incluía en su penitencia. Los galos apelaron a la dureza. De Colo vio en Navarro a un saco de boxeo ante el que practicar todo tipo de guerrillas. A Pau le tocaba otro bailarín capaz de reventarle los pies a pisotones. Turiaf se llevó para la pretemporada de los Warriors la imagen de un crack renovado, decidido a ser el alma de una selección campeona.

Ocho puntos seguidos de Pau antes del descanso con un repertorio de juego de piernas, reversos, amagos y algún mate. Después llegarían más, hasta 28 en otros tantos minutos, con 11 de 13 en tiros de dos. Señal de un dominio que sólo tiene un calificativo, insultante.

Contagiados por el ímpetu, nadie entre los integrantes del banquillo español se quedó atrás. Raúl preservó el legado de Rubio; Mumbrú firmó su segunda buena actuación consecutiva; Reyes creció los centímetros que le faltaban para ser un jabato en la pintura; Marc plantó su campamento a la espera de los rebotes; y Garbajosa retornó al campo ya con la tranquilidad de que aumentar su carga de faltas no era sinónimo de caos.

Todo frente a los dignos seguidores de Pierre-Joseph Proudhon, el primer pensador en autoproclamarse anarquista. Seguro que la relación causa-efecto encierra la explicación, porque ante el despliegue bélico de España ningún oponente hubiera salido con vida. Francia llegaba a esta cita con una media de 64 puntos encajados por partido. En 28 minutos ya le había endosado esa ración la marea roja, un equipo lanzado a tumba abierta que un minuto después contaba su ventaja por dos decenas.

El baño ya se había consumado y la cabeza de Francia pendía de los últimos nervios a la espera de caer al cesto. La relajación española, más que su orgullo, impidió que la llama de la esperanza se extinguiera por completo. Con un parcial de 14-2, se colocó a once puntos entrando en los cinco últimos minutos. Tranquilidad. Los de Scariolo repitieron la receta y con un par de buenas defensas y un «alley-oop» de Pau dejaron las cosas en su sitio. Ahora, el futuro juega a su favor, dado que tendrá un día de descanso más que su rival en semifinales (mañana sábado, 18.15 horas, La Sexta), al que no conocerá hasta hoy: Turquía o Grecia. Sinceramente, parece que les da igual. Resulta inexplicable que estuviera a punto de hacer dos nulos en la carrera por el oro europeo que ahora siente tan cerca. Ya es mundialista, pero quiere más. Lo quiere todo.

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