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«Os voy a matar, guarros de mierda»

«Os voy a matar, guarros de mierda»

«Venid. Venid a por mí, rojos». «Guarros de mierda, os voy a matar a todos». Esas fueron las amenazas que lanzó el ex militar Josué Estébanez de la Hija, de 26 años, tras acabar con la vida del menor radical Carlos Javier Palomino, de 16 años, en el Metro de Legazpi el 11 de noviembre de 2007, mientras levantaba su brazo derecho, haciendo el saludo fascista.

Así lo explicaron ayer los siete testigos protegidos que declararon, amigos y conocidos de Carlos, en el juicio contra el acusado, de presunta ideología nazi. Una versión de los hechos que concuerda con el relato del Ministerio Fiscal, que solicita 25 años: 15 por un delito de homicidio y 10 por otro en grado de tentativa. La acusación particular y la acción popular elevan la condena a 37 años por crimen ideológico, entre otros.

En la vista de la Audiencia Provincial se repitió el guión del lunes y la frialdad del procesado. La estrategia de su letrado siguió en la línea de justificar el crimen en base a la legítima defensa y el miedo, pero los testigos afirmaron lo contrario. Casi todos los amigos de Palomino -dos de ellos menores- aludieron a los gestos de provocación y actuación desafiante de Josué hacia el grupo mayoritario. «Blandiendo el cuchillo, intentaba cargar contra quien fuera», arguyó uno de ellos.

«Carlos no se encaró con Josué ni le amenazó ni le insultó. Se dirigió a él y le dijo: ¿Y esa sudadera?», cuya marca, Three Stroke, es «usada por los nazis», explicó otra testigo. Ésta trató de alertarle, sin éxito, de que llevaba una navaja, pero ya se la había clavado «sin mediar palabra». También testificaron tres vigilantes del Metro. Todos subrayaron que los jóvenes que iban a la contramanifestación ni insultaron ni intimidaron al ex soldado, como insistía en preguntar la defensa.

«No alteraban el orden»

«No alteraban el orden», explicó un subinspector de seguridad que ese día viajaba en el vagón y no estaba de servicio. Una compañera suya fue la que bajó hasta el andén y presenció la segunda agresión. «Entré en un vagón y me percaté de que un joven tenía agarrado a otro por el cuello. Tiré de la víctima y vi que tenía sangre en las manos y en la ropa. Me asusté». Pretendía «que nadie se acercara al agresor, que corría, navaja en mano, de un extremo a otro del tren. Decían: «¡Cógelo, Cógelo!». El subinspector «tiró de mí para que no pusiera en peligro mi vida». Subrayó que el acusado en ningún momento pidió ayuda y que Carlos no llevaba arma alguna.

Uno de sus colegas relató que vio una hoja metálica, al margen de la de Josué, cuando trataba de auxiliar a Palomino, lo que contradice la versión de varios testigos: «Todos llevábamos silbatos para hacer ruido en la contramanifestación de Democracia Nacional, pero ningún arma».

«Le ví salir del tren, tambaleante. Andó 10 metros y se cayó. Cuando me acerqué para ayudarle, un chico me sujetó y me dio un codazo en la barbilla y luego, vi la navaja. Me intentaron apuñalar». La situación duró 30 tensos segundos. «Dije que me dejaran, que el herido estaba muy grave y se fueron».

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