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Let it be

Escucho «Help» por la radio, ahora que las discográficas se han puesto a hacer caja con los Beatles cuarenta años después de que dejaran de cantar juntos, y no siento la nostalgia que se me supone, sino desilusión, la misma que nos embarga a mí o a cualquiera que se encuentra a un novio/novia que hace cuatro décadas parecía tan interesante y tan sexy y que ahora nos hace murmurar por lo bajo eso de «¡menos mal!» por habernos librado de aquel chico/chica de ayer que está envejeciendo tan malamente hoy.

Remasterizados y digitalizados y limpios de toda imperfección técnica, como se nos ofrecen ahora, los Beatles suenan mal y se han quedado antiguos. Ni el pueblo más perdido contrataría en la actualidad para amenizar sus fiestas a un cuarteto de tres guitarristas y un batería que cantan a coro y solo se mueven a saltitos; sus letras son repetitivas y de rima forzada; de sus más de 200 canciones, apenas media docena se prestan a ser tatareadas por algún fan.

Los Beatles fueron, eso sí, el símbolo de una generación; se rebelaron contra las normas del momento y los usos sociales convencionales, popularizaron el rock, se rieron de sus mayores, adoraron lo psicodélico y lo ridículo y compusieron baladas que permitieron a millones de jóvenes enamorarse con «Michele» y desenamorarse con «Yesterday». En eso consistió su genialidad. Como a muchos de aquella generación de los sesentas que les tuvo por sus ídolos, me parece a mí que en vez de resucitarles deberíamos guardarles en el baúl de los recuerdos por lo que fueron. O, por usar sus palabras, let it be.

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