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Obama, misión imposible

Obama, misión imposible

Hay muchas posibilidades de que Barack Obama vaya mañana al Congreso a fracasar. Su reforma sanitaria tal y como la soñó Ted Kennedy simplemente no tiene los apoyos necesarios. El llamado Gang de los 6 -tres senadores de cada partido que trabajan en una fórmula de consenso- acaba de mandar un borrador con un coste de 900.000 millones en diez años... que no incluye un sistema público de salud universal, nada parecido a «nuestra» Seguridad Social. Obama no ha rectificado aún públicamente su promesa, pero ha dado a entender que podría sacrificarla a cambio de aprobar «algo». ¿Con tan poco se contenta? El caso es que no es el primer presidente que se ve en la encrucijada.

El debate viene de lejos. La reciente publicación de «The Heart of Power» (El corazón del poder), una historia de la Sanidad pública americana firmada por David Blumenthal, profesor de la Harvard Medical School y asesor de Obama, y por James A. Morone, profesor de ciencia política en Brown University, lo pone dolorosamente en claro. Desde los años 30 están en pugna dos modelos: el «liberal», que buscaría imponer un modelo a la europea, y el basado en un «mercado» de la Sanidad privada, sufragado por los propios asegurados y por sus empleadores.

Franklin Delano Roosevelt dejó la Sanidad fuera de la Seguridad Social precisamente para no poner en peligro esta última. Harry Truman lo intentó y no le salió bien. Lyndon Johnson fue el que más se acercó cuando abrió la puerta a Medicare, el servicio para los mayores de 65 años.

Eisenhower, el paladín

Dwight Eisenhower fue el gran paladín del sistema «privado», que tiene su máxima expresión política en la famosa frase de Ronald Reagan: «Se empieza proponiendo Sanidad pública, y se acaba imponiendo el socialismo».

Curiosamente los presidentes más liberales no siempre son los que más han conseguido hacer avanzar la Sanidad pública americana. Es histórica la humillante derrota de Bill y Hillary Clinton. Mientras que George W. Bush aumentó objetivamente la atención sanitaria pública, aunque sólo a los ancianos.

El presidente más liberal -más «progre»- suele enfrentarse a mayores recelos y oposiciones de la industria y de las fuerzas conservadoras. Mientras que cualquier reforma introducida por un presidente conservador da menos miedo.

En la práctica, esta es una batalla que recuerda a una cuenta atrás. A Clinton le llevó casi dos legislaturas recuperarse de aquel batacazo, que nunca más volvió a menear. Johnson había dado orden a sus asesores de moverse rápido, muy rápido «porque cada día que hablo de este asunto pierdo votos». Obama parece haber aprendido de los dos: ha cogido el toro de la Sanidad el primer día, y lo quiere torear rápido. Para bien y para mal.

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