Fallece el último patriarca Kennedy

Edward Moore Kennedy, senador por Massachusetts, hermano de los asesinados John Fitzgerald Kennedy y Robert Kennedy, postrero patriarca y último exponente de las ambiciones políticas de la dinastía, murió en la madrugada de ayer como consecuencia del cáncer cerebral que se le diagnosticó en mayo de 2008. La muerte le alcanzó un año y un día después de pronunciar un emocionante discurso a favor de Barack Obama que levantó de sus sillas a los asistentes a la convención demócrata en agosto de 2008. Hoy, Obama es el presidente de una América que ha perdido a su última gran leyenda liberal. El senador Edward M. Kennedy será enterrado en el Cementerio Nacional de Arlington junto a sus dos hermanos asesinados, John F. Kennedy y Robert F. Kennedy, después del funeral que tendrá lugar este sábado en Boston. Sus memorias serán publicadas el 14 de septiembre, dos semanas después de su muerte.
Con Ted Kennedy se va una América de patricios benefactores y arrolladoramente reformadores. El fundador de la dinastía, John Kennedy, embajador de EE.UU. en Londres, tuvo cuatro hijos varones y la absoluta convicción de que cualquiera de ellos podía y debía ser presidente de Estados Unidos. Muerto el primero en la Segunda Guerra Mundial, dio un paso al frente el segundo, el legendario JFK. Ted, el benjamín, ocupó el escaño del Senado que su hermano dejaba vacante para ir a la Casa Blanca.
Dolores de por vida
Quizás por ser el «pequeño» Ted se tomaba menos en serio su futuro político -y su respetabilidad- que otros miembros de la familia. Ciertamente nunca se ha tenido noticia de ningún Kennedy cartujo. Pero Ted era el más dado a meter la pata, como cuando le echaron de la Universidad de Harvard por copiar en un examen de español. Cuando se estrenó como senador era un hombre casado... con una modelo con problemas vitalicios con la bebida, Joan Bennett. En 1963 mataron a JFK. En 1964 Ted sufrió un grave accidente de aviación que le dejó lesiones y dolores de por vida, parte de los cuales trató de combatir con ciertas adicciones heredadas por algunos de sus tres hijos. En 1968 su hermano Robert fue asesinado en plena carrera presidencial. Contra todo pronóstico, ya sólo quedaba él, Ted, para recoger la antorcha.
Lo intentó. No pudo ser. La candidatura que después de muchas dudas lanzó en 1980 contra Jimmy Carter estaba lastrada desde el principio por un pecado original: la extraña muerte en 1969 de su joven asistente Mary Jo Kopechne, ahogada en el lago donde se hundió el coche de Ted Kennedy después de un accidente. Del que no informó a la policía hasta diez horas después.
Hizo falta todo el poder de los Kennedy para que aquel asunto, nunca aclarado, se resolviera con una sanción legal menor. El público perdonó pero no olvidó. Y Ted Kennedy tuvo que sacrificar toda aspiración presidencial. Se quedó en el Senado para siempre. Allí le ha sorprendido la muerte con las botas puestas.
Y es que lo que empezó siendo un premio de consolación acabó siendo una de las andaduras políticas más fascinantes de los Estados Unidos. En el Senado el antiguo bala perdida maduró. Fue el único Kennedy que tuvo la oportunidad de llegar a viejo. Lo aprovechó para adquirir una talla política impresionante. Una hoja de servicios ante la que se descubren sus mismos adversarios y enemigos.
En 2001 pactó con George W. Bush la reforma educativa No Child Behind (No Dejar a Ningún Niño Atrás), en virtud de la cual los estados ganan una mayor autonomía financiera en Educación que deben justificar sacando adelante a más estudiantes sin recursos. Casi consigue aprobar una reforma de la política de inmigración. En 2007 apadrinó un incremento histórico del salario mínimo. Asumió como ideal prioritario desde el principio la reforma de la Sanidad. Aunque no ha vivido para verla, si alguien la ve, la verá con el sello indiscutible de Ted Kennedy, como reconoce el propio Barack Obama.
El presidente interrumpió ayer sus vacaciones para proclamar que tenía el «corazón roto» por la pérdida del «gran senador de América», al que también llamó «su inspiración». Estas palabras venían en cierto modo a cerrar el círculo: de las grandes dinastías liberales al marco de libertades donde uno no necesita proceder de una acendrada dinastía para ser presidente.
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