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Muere Ted Kennedy, la última leyenda liberal de América

Edward Moore “Ted” Kennedy, senador por Massachussets, hermano de los asesinados John Fitzgerald Kennedy y Robert Kennedy, postrero patriarca y último exponente de las ambiciones políticas de la dinastía, ha muerto esta madrugada como consecuencia del cáncer cerebral que se le diagnosticó en mayo de 2008. La muerte le alcanzó un año y un día después de pronunciar un emocionante discurso a favor de Barack Obama que levantó de sus sillas a los asistentes a la convención demócrata en agosto de 2008. Hoy Obama es el presidente de una América que ha perdido a su última gran leyenda liberal.

Con Ted Kennedy se va una América de patricios benefactores y arrolladoramente reformadores. El fundador de la dinastía, John Kennedy, tuvo cuatro hijos varones y la absoluta convicción de que cualquiera de ellos podía y debía ser presidente de Estados Unidos. Muerto el primero en la guerra dio un paso al frente el segundo, el mítico JFK. Ted, el benjamín, ocupó el escaño del Senado que su hermano dejaba vacante para ir a la Casa Blanca. Tan joven era Ted entonces que un amigo de confianza tuvo que senador de transición hasta que él tuviera la edad mínima exigida para el cargo: treinta años en 1962.

Quizás por ser el “pequeño” Ted se tomaba menos en serio su futuro político –y su respetabilidad- que otros miembros de la familia. Ciertamente nunca se ha tenido noticia de ningún Kennedy cartujo. Pero Ted era el más dado a meter la pata, como cuando le echaron de la Universidad de Harvard por copiar en un examen de español.

Cuando se estrenó como senador era un hombre casado –con una modelo con problemas vitalicios con la bebida, Joan Bennett-. En 1963 mataron a JFK. En 1964 Ted sufrió un grave accidente de aviación que le dejó lesiones y dolores de por vida, parte de los cuales trató de combatir con ciertas adicciones heredadas por algunos de sus tres hijos. En 1968 su hermano Robert fue asesinado en plena carrera presidencial. Contra todo pronóstico, ya sólo quedaba él, Ted, para recoger la antorcha.

Una carrera preisdencial truncada

Lo intentó. No pudo ser. La candidatura que después de muchas dudas lanzó en 1980 contra Jimmy Carter estaba lastrada desde el principio por un pecado original: la extraña muerte en 1969 de la joven Mary Jo Kopechne, ahogada en el lago donde se hundió el coche de Ted Kennedy después de un accidente. Del que Ted Kennedy no informó a la policía hasta diez horas después.

Hizo falta todo el poder de los Kennedy para que aquel asunto, nunca aclarado, se resolviera con una sanción legal menor. El público perdonó pero no olvidó. Y Ted Kennedy tuvo que sacrificar toda aspiración presidencial. Se quedó en el Senado para siempre . Allí le ha sorprendido la muerte con las botas puestas.

Y es que lo que empezó siendo un premio de consolación acabó siendo una de las andaduras políticas más fascinantes de los Estados Unidos. En el Senado la antigua bala perdida maduró. Fue el único Kennedy que tuvo la oportunidad de llegar a viejo. Lo aprovechó para adquirir una talla política impresionante. Una hoja de servicios ante la que se descubren sus mismos adversarios y enemigos.

En 2001 pactó con George W. Bush la reforma educativa No Child Behind (No Dejar a Ningún Niño Atrás), en virtud de la cual los estados ganan autonomía financiera en educación pero tienen que justificarla sacando adelante a más estudiantes sin recursos. Casi consigue aprobar una reforma de la política de inmigración. En 2007 apadrinó un incremento histórico del salario mínimo. Asumió como ideal prioritario desde el principio la reforma de la Sanidad. Aunque no ha vivido para verla, si alguien la ve, la verá con el sello indiscutible de Ted Kennedy, como reconoce Barack Obama el primero.

El presidente ha interrumpido sus vacaciones para proclamar que tenía el “corazón roto” por la pérdida del “gran senador de América”, al que también llamó “su inspiración”. Estas palabras venían en cierto modo a cerrar el círculo: de las grandes dinastías liberales al marco de libertades donde uno no necesita proceder de una acendrada dinastía para ser presidente.

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