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«Se ha caído un avión, lo he visto»

«Se ha caído un avión, lo he visto»

Paracuellos de Jarama. 20 de agosto. Hacia las 14.30 horas. Mucho calor. Casi todos se han ido de vacaciones. Los que aún quedamos, nos refrescamos en la piscina. Se respira tranquilidad. La calma que precede a la tormenta.

«¿No dicen nada en la tele sobre un avión? Que dice Ángel que lo ha visto estrellarse», exclama una vecina. Silencio . Parálisis momentánea. Alguna sonrisa incrédula flota tímidamente -ya se sabe, los vecinos siempre exageran las cosas, reinventan historias que han contado otros... -.

Un minuto después, reaccionamos y nos levantamos. Al atravesar la puerta que separa el recinto de la piscina levantamos todos la mirada. Una enorme columna de humo negro se divisa en la zona de las pistas de la T4. La carne de gallina...

Nos topamos con el vecino que ha dado la voz de alarma. Tiene cara de perplejidad. No sabe muy bien qué ha ocurrido, pero sí sabe lo que ha visto. Los demás intentamos que nos explique algo, pero no deja de repetir lo mismo: «Se ha caído un avión. Iba conduciendo y lo he visto estrellarse...he visto fuego y luego humo».

Una gota se sudor cae por la espalda como un escalofrío y empieza a sentirse el nudo en el estómago. La imaginación empieza a trabajar y nos prepara para lo peor. No se oyen sirenas de ambulancia , ni de policía, ni nada. Quizá sea buena señal...

Llamo a la redacción a ver si saben algo. «¿Cómo? ¿Estás segura? Aquí no ha llegado ningún teletipo». Les digo que no sé si se trata de un vuelo comercial o de carga, porque sólo se ve humo. «Pero ha caído seguro», advierto, «porque un vecino lo ha visto desde la carretera. Voy a acercarme a ver si puedo ver algo más».

«Aquí va a haber muchos muertos»

Con el coche recorremos la M-11 a la altura del polígono industrial de Paracuellos. La columna de humo se hace más gruesa a medida que nos acercamos. Subimos a un alto. Con el dedo dibujamos el rastro que ha dejado el humo y vemos que al final confluye con la ribera del río Jarama ¿O es el arroyo? Divisamos un helicóptero amarillo. Todo sigue flotando en un penetrante silencio.

«¿Lo oyes?», pregunto. «No, no oigo, nada», me responden. «Hace rato que no sale ningún avión», contesto. Ellos miran a lo lejos y asienten. Es muy mala señal . No recordamos haber sentido antes ese silencio aplastante. Nuestros oídos están acostumbrados a ese zumbido de motores que, aunque creían no percibir, ahora añoran.

Suena el teléfono. Es un número de la redacción. Me dicen que es un vuelo comercial que iba hacia Canarias con 162 pasajeros y diez tripulantes. «Tía, esto va a ser más grave de lo que parecía», me dicen desde allí. «Aquí va a haber muchos muertos». Cuelgo. Se empiezan a oir sirenas que se acercan desde diferentes puntos. Cada vez más. Me ponen, de nuevo, la carne de gallina.

Ya en el coche, la policía nos pide que despejemos la carretera y volvemos a casa. Todos pegados a la televisión. Estas cosas siempre pasan poco antes de que empiece el telediario, cuando más tranquilo está todo. «Dicen que hay supervivientes », me dice aliviada mi madre. Yo creo que es un milagro.

A lo largo de la tarde, baile de cifras y desfile de familiares con cara de terror. Todos intentan encontrar una explicación rápida y fácil para el accidente. Pero todo es muy confuso y cuanto más se especula, más se aleja todo de la realidad.

Un año después, es difícil no sobrecogerse al pensar en esas 154 historias truncadas . Al reparar en todas esas familias rotas y, por supuesto, en los que sobrevivieron . Ellos intentan curarse esas heridas que nunca se cierran. Que nunca cicatrizan . Las de la memoria...

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