Lance sube al podio con Contador
«Te juro que lo he soñado esta noche. Te lo juro». Juanma Gárate lo repetía. Despierto. «He soñado que me escapaba en el Ventoux, que me cogía Contador y que, generoso, me dejaba ganar. Te lo juro». El sueño casi se cumplió. Ganó Gárate, pero la generosidad de Contador fue dirigida a Armstrong: le concedió un lugar en el podio. Tal es su poder. El americano será tercero en su regreso, tras el madrileño y Andy Schleck, los chicos de esta era. Buen trío para hoy en París. Ni soñado. Contador arriba y bajo su hombro, Armstrong. Lo nunca visto. El estadounidense volvió para renovar su leyenda. A por el octavo Tour. A sacarle brillo a su estatua. Y se topó con lo desconocido: con la derrota. Con Contador, diez años más joven, una década más veloz. Lo certificó el Mont Ventoux. La cúspide del Tour. Por eso, cuando el madrileño se subió al podio, miró hacia arriba. No había nada, nadie. Él es la cima del Tour. El segundo de los suyos: 2007 y 2009.
En el Ventoux ha quedado siempre grabado el mejor ciclismo. La memoria del Tour. El duelo entre Gaul y Bahamontes de 1958. Un luxemburgués y un castellano. Eco. Igual que ayer, aunque con el resultado al revés: Andy Schleck mandó apretar en la subida al Ventoux. Por si al fin descubría un gesto desmayado en Contador. Y, sobre todo, para meter a su hermano Frank en el podio. Para apartar a Armstrong. Por eso, su equipo, el Saxo Bank, convirtió el inicio del Ventoux en un campo de exterminio. Hilera de víctimas. Consoladas por un pasillo sin fin de voces. El Ventoux, inmutable, disfrutaba. La cuesta de la locura. Caldera. Fuego.
Fue un subida por parejas. Contador se ciñó al más fuerte de los Schleck, a Andy. Lo selló. Fácil. Vestido de traje. El suyo: amarillo. De fiesta y etiqueta ya. Armstrong se soldó a Frank Schleck. El hermano mayor no carburaba. Sufría hasta su sombra. El Ventoux les sopló en contra. Como siempre. Al monte calvo le gusta la tortura. Los dos luxemburgueses se ahogaron en el aire del mistral. Peces fuera del agua. Hasta una decena de veces desenfundó Andy. Pero con pólvora de fogueo. A unos kilómetros, el fuego devastaba el paisaje. Sonaba apresurada la alarma de los camiones de bomberos. Agua para el incendio. Y Contador para Andy. Lo apagó. Ceniza. Líder generoso. Subió mirando atrás. A Armstrong. Escaló de pie, punteando sobre el teclado del Tour. Tan fuerte que hasta esperó a Armstrong para acompañarle hasta el tercer cajón del podio. Contador generoso.
Eso había soñado Gárate. Curioso. Se le había aparecido el madrileño en su duermevela. Gárate venía de una escapada por el paraíso de Provenza. «No creía que podía ganar». Siempre le ha costado. Tenía que pedalear, trabajar. Así le enseñaron. Su madre. «Se lo dedico a ella», regaló arriba. «En mi casa no había padre. Mi madre soportaba todo el peso. Y la pobre no llegaba a todo». Trabajaba por la noche en un restaurante, por el día en tiendas y los fines de semana lavaba la ropa de los obreros de la frontera de Irún. «No paraba las 24 horas al día los siete días de la semana. Y nunca nos descuidó ni a mí ni a mi hermana». Le dolían las piernas. No tenía agua. Tenía miedo. «No sabía cuándo me iba a dar el bajón». Su compañero de fuga, el alemán Martin, es la estrella que viene. Músculo germano.
El Ventoux le miró con detenimiento. La subida dura una hora. El sudor de Gárate brillaba como una moneda al sol. Salió cara. Atacó en el kilómetro final, el peor. Cuando el monte muestra su cima esquelética, de piedra. De viento. Contador, los Schleck y Armstrong jadeaban ya cerca. Acechaban. Y el viento insistía. Silbaba el Ventoux. ¿Otra canción de derrota? No. A trabajar. Se dejó coger por Martin. Para compartir la lucha contra el aire. «Por la mañana estaba desanimado, apático. Pero mi compañero Flecha me ha recordado que el Ventoux es mítico». El «Gigante de Provenza», le dicen. El sueño de la noche pasada. Atacó. Desplegó ese espejismo en la curva final. Sin techo. Al sol del Ventoux. Donde ganaron Gaul, y Merckx, y Pantani... Y Gárate. «Lo había soñado. No se lo he dicho a nadie porque se iban a reír. Y mira. Te lo juro». Gárate no creía hasta ayer en los sueños. «Sé por lo que he pasado y eso me hace tener los pies en el suelo».
Ayer pisó la luna del Tour. El Ventoux. «Es mi sueño cumplido». Y en él aparecía Contador. La pesadilla de todos sus rivales. Tan poderoso que reparte pedazos de su reino, el Tour. Para Gárate, la etapa, y para su compañero-rival Armstrong, el podio. Tan fuerte que ha sido capaz de ganar el Tour con las manos atadas a la espalda por su propio equipo. Pero no se puede amarrar a un coloso. El «Gigante de Provenza» fue Contador.
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