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Chancleteros

La clase media del franquismo impuso la bici y la alpargata y la clase media del zapaterismo ha impuesto el carril-bici y la chancleta. El «chócolo-chócolo» de la chancleta marca el ritmo de la lírica madrileña del sudor. Sudor lírico, como aquel «aiku» (¿o sería un «arresku»?) que lanzara a la fama local al jovial Iñaqui Perurena, el levantador de piedras. Todavía estamos esperando un bando de Gallardón condenando la falta de urbanidad que constituye esa patorra ibérica, generalmente blancuzca y varicosa, asentada en el tirabeque de una chancleta. Además, el chancletero común de Madrid es de uña gallinácea, larga, retorcida y negra como un aeróvoro de Chirino. Nos ensimismamos con la noticia de que un grupo de damas sudanesas han sido azotadas con arreglo a la «sharia» por llevar pantalones. La «sharia» es una ley religiosa que en España, por mucho que haga tilín a nuestras fuerzas progresistas, no se puede aplicar porque lo impide el movimiento laico de los Gala y los García Montero. Y la verdad es que cuarenta latigazos por unos pantalones femeninos nos parecen, en efecto, muchos latigazos. Pero algo habrá que hacer para contrarrestar al «sans-culottismo» mugroso y chancletero que flanea pimpante por nuestras aceras. No se puede presumir de intercambiador Bauhaus en la Puerta del Sol, del que parece que va a salir corriendo Zapatero embutido en su «fuseau» de hacer «footing», y luego darse de bruces con la democrática manada de los Rodríguez enchancletados. ¡En el Madrid de Gallardón quería yo ver al pobre Steiner interpretando el desafío intelectual y ético de las relaciones del hombre con lo que Lévinas denomina «infinidad»! ¿Lévinas? ¿Steiner? En cosas de intelectuales, los de la chancla -no confundir con la sandalia o calígula de pita de la sin par Alicia Moreno- sólo atienden a la controversia catalanista de Karmele Marchante, la «Marianne» de la futura república de Cataluña, con un estanquero por caudillo. No queda sitio aquí para contar el chiste del estanquero y la «ñ» española.

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