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La utilidad de los discursos

LEAN el discurso de Barack Obama en Accra, Ghana: dedíquenle una hora de su tiempo, por favor (www.america.gov). ¿Por qué se dice que los discursos no valen para nada? Pensar que el presidente de los Estados Unidos, al empezar su mandato, dedica a hablar en público horas y horas, en Estambul, Praga, Estrasburgo, El Cairo, Moscú, L´Aquila, y que lo hace por el placer de escucharse, es un extraño modo de ver la realidad. Obama ha elegido Ghana, uno de las naciones africanas construidas más o menos como una democracia, para dirigirse a todo el continente, desde Tánger a Ciudad el Cabo. Y hay en esa larga alocución un punto clave, a nuestro juicio: la relación profunda entre salud individual y democracia.

Obama venía de pactar en Rusia un acuerdo de reducción de armas nucleares (¿no es este un resultado concreto?). Dirigía en Italia la reunión de 16 estados emisores del 80 por ciento del carbono acumulado en la biosfera. Saludaba a Benedicto XVI para llegar luego al golfo de Guinea, en África occidental: «El mundo, dijo, no se construirá solo por Roma, Moscú o Washington, sino también por lo que ocurra aquí».

Muchos discursos de Obama tienen una rara eficacia. Si se dice desde Ghana que el desarrollo depende del buen gobierno, de los parlamentos fuertes, de una prensa libre y de jueces independientes, se marca un camino para África. No se trata solo de celebrar elecciones, repitió Obama, sino de ver qué ocurre entre una elección y otra. Nadie, africano, europeo, asiático o americano, desea vivir en una sociedad donde las leyes dejen paso al soborno y a la brutalidad. Las tiranías que rigen tantos países de África tienen que terminar.

Ghana ha trabajado para poner en pie una democracia, aunque se hayan dado elecciones sumamente discutidas. Lejos de allí, en Suráfrica, acaba de votar el 75 por ciento del censo, en la cuarta votación desde el fin del Apartheid. Si se añade el rechazo de Obama hacia aquellos líderes que cambian constituciones para permanecer en el poder, su mensaje iría dirigido no solo al continente africano, sino también al americano, Honduras, Manuel Zelaya.

El buen gobierno ha de ejercerse cada día, sábados y domingos incluidos. La entrada de África subsahariana en un mundo menos incivilizado, repitió Obama, depende ante todo de los africanos. Ghana, donde la vida política no es desde luego perfecta, es un modelo. Cuando no existe un gobierno elegido, crecen el cinismo y la falta de esperanza. Obama citó al periodista Anas Aremeyaw Anas, que arriesgó su vida por escribir la verdad, y a la policía Patience Quaye, que ayudó a perseguir a un gran traficante de seres humanos.

Obama no eligió Ghana al azar: «Como he dicho en El Cairo, cada nación forma la democracia a su manera... América no impondrá sistema alguno de gobierno, a ninguna nación». «Vuestra salud puede contribuir a la salud de todo el continente. Vuestra prosperidad, a la prosperidad de todos. Y la fuerza de vuestra democracia, al avance general de los derechos humanos».

La democracia es inseparable de la propia salud, física y psíquica. «Hay que elegir para prevenir la propagación de la enfermedad y promover la sanidad pública... Hoy una parte de África se enfrenta con éxito al Sida, en no pocos países, con suficientes medicinas... Pero hoy mueren en este continente muchas gentes por enfermedades que no deberían matar». Esa relación entre democracia y salud, individual, intransferible, es quizá la aportación más clara de Obama, el 11 de julio, en Accra. «América apoyará los esfuerzos de quienes construyen una estrategia de sanidad global, inclusiva: en el siglo XXI, nuestra conciencia nos empuja en esa dirección, pero también nuestro interés común. Cuando un recién nacido muere aquí, por un mal evitable, algo se apaga no solo aquí, sino en todas partes». En España estas últimas palabras han resonado con fuerza.

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