El pacto de nunca acabar
UNA vez más se vuelve a hablar de un Pacto de Estado sobre educación. Y una vez más vuelvo a ser escéptico. Es evidente que debemos evitar la incontinencia legislativa que hemos padecido en educación, porque los planes educativos necesitan tiempo para demostrar su eficacia. Es evidente que necesitamos elevar la calidad de nuestro sistema de enseñanza, y que eso exige un esfuerzo común. Pero también es evidente que los temas educativos están exacerbadamente politizados, lo cual hará muy difícil el entendimiento. Pondré un ejemplo. Uno de los fenómenos más llamativos de nuestra sociedad es la apropiación política de los valores, porque no suele corresponderse a la realidad. Dicho en términos muy simples, si alguien reclama más exigencia en las aulas, se le considerará de derechas; si reclama más participación en las aulas, se le considerará de izquierdas. Si insiste en el mérito, será conservador; si insiste en la igualdad de oportunidades, será progresista. Todas estas simplificaciones me parecen inaceptables. Necesitamos una igualdad de oportunidades y una aristocracia del mérito. Las dos cosas.
Voy a exponer mi punto de vista de manera tajante: Hace falta un Pacto de Estado sobre educación, pero ese Pacto no debe hacerse hasta que previamente no hayamos llegado a un pacto social, a un consenso básico sobre algunos temas educativos que dividen a la sociedad española. Señalaré al menos cuatro, referidos a la enseñanza no universitaria:
1.-La fragmentación autonómica de la administración educativa. Las transferencias educativas pueden ser muy buenas, porque permiten que cada Comunidad decida los recursos, el modo de gestión educativa, la formación del profesorado, la relación de la escuela con los demás agentes sociales, el nivel de exigencia. Pero las Comunidades Autónomas han reproducido a su escala el centralismo estatal. En otros países, el protagonismo de los Municipios en la administración educativa es esencial, y produce buenos frutos. Sin embargo, este debate técnico queda oscurecido por la utilización política de la educación. ¿Debe utilizarse la escuela para fomentar la identidad nacional? ¿Pueden entrar en colisión la defensa de una cultura nacional a través de la escuela, con la necesidad de una educación universal para sobrevivir en un mundo globalizado?
2. -Las tensiones entre la escuela pública y la escuela concertada. La organización del sistema educativo español se diferencia del de las naciones de nuestro entorno por el gran tamaño del sector educativo privado. Soy catedrático de Bachillerato y defensor acérrimo de la enseñanza pública, y por eso creo necesario que la sociedad comprenda bien la peculiaridad del sistema. En estricto sentido, la enseñanza privada en España, es decir, la que se financia con fondos privados, es muy escasa. Lo que es grande es el sector concertado. Pero esta escuela es pública también, es decir, se financia con cargo a los presupuestos estatales. Para entendernos: la escuela pública española se divide en dos sectores: las escuelas de gestión pública (con profesores funcionarios), y las escuelas concertadas (con profesores no funcionarios y proyectos educativos propios). En teoría este modelo puede ser muy útil, porque permite variación y competencia dentro del sistema público, pero, para que lo fuera realmente, ambos sectores tendrían que jugar con las mismas reglas. Los colegios concertados no podrían seleccionar su alumnado, ni tener fuentes secundarias de financiación. Ya sé que la ley prohíbe estas prácticas, pero hay ambigüedades legales que lo permiten y las autoridades educativas hacen la vista gorda, tal vez porque saben que no pueden cumplir su parte del contrato, que sería pagar por una plaza escolar en un colegio concertado lo mismo que por una plaza escolar en un colegio de gestión pública.
3. -El ideario de Centro, la enseñanza moral y la enseñanza religiosa. El debate sobre «Educación para la ciudadanía» ha mostrado la dificultad de debatir con calma sobre temas educativos. Se ha llegado a decir que la escuela no estaba legitimada para formar la conciencia de los alumnos. Y, sin embargo, uno de los objetivos de la escuela pública es formar buenos ciudadanos, es decir, ciudadanos con una conciencia cívica bien formada, con una educación firme en valores universales. Condorcet, el gran teórico de la escuela pública, defendió con serenidad, en un tiempo convulso, que la escuela debía enseñar sólo ideas y valores universales, fueran científicos o éticos. Estoy de acuerdo, pero esto hay que explicarlo muy bien, para vencer recelos y desconfianzas.
4.- Las competencias educativas de la familia y del Estado. Ambas instituciones tienen competencias educativas, y es bueno que se coordinen y limiten. No hay que olvidar que en el terreno educativo lo que tiene que prevalecer es el «derecho del niño a ser educado bien». Este es un derecho que nos obliga a todos, y que debería dirigir todo el debate para un Pacto educativo.
En este momento se está intentando en la Unión Europea un profundo cambio educativo, hecho de manera poco estrepitosa. En la Cumbre de Lisboa del año 2000, se fijaron las bases para un ambicioso proyecto europeo: convertir a la UE en una sociedad próspera, basada en el conocimiento, avanzada tecnológicamente, con puestos de trabajo de calidad, y preocupada por la justicia social y la protección de los derechos humanos. Esa Europa deseable tendrá que ser construida por los ciudadanos europeos, y aquí se plantea el debate educativo. ¿Qué competencias debería tener el ciudadano europeo para poder realizar ese proyecto político y social? Después de una larga serie de estudios, se seleccionaron ocho competencias básicas, que están recogidas en la Ley Orgánica de Educación española. Pero había algo más. El cambio exigía un sistema educativo mucho más vivo, flexible, emprendedor, exigente y crítico. Muchas de las cosas que sobre educación se dicen en España suenan a viejas, a esclerotizadas, a una permisividad insoportable, a politiquería, a interés corporativo, a inteligencias perezosas.
El sistema educativo es un diplodocus dormido, al que hay que despertar. El Gran Pacto educativo nos implica a todos. Recordaré una vez más que lo más sabio que he oído sobre educación es un proverbio africano que dice: «Para educar a un niño, hace falta la tribu entera». Y de ahí se deriva otro lema inevitable: «Para educar bien a un niño, hace falta una buena tribu». Pues manos a la obra.
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