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Pintadas

UN ejército de gamberros pintarrajea todas las noches las fachadas de viviendas y comercios de muchas ciudades de España. ¡Qué le voy a contar a usted! Son unos simples saboteadores a los que un número no despreciable de cretinos considera «elementos sintomáticos de rebeldía juvenil», otorgándoles un romántico trazo de conciencia despierta ante al agresivo tono de la sociedad moderna. Tontunas de quienes se niegan a crecer física e intelectualmente. Gracias a la inacción de muchos munícipes timoratos no hay calle española que no vea afear su aspecto mediante un garabato absolutamente absurdo. Algunos consiguen controlar y reparar el fenómeno y sus consecuencias pictóricas; otros ni siquiera lo intentan. Pero quede constancia: en algunos territorios las pintadas no son sólo una grafía absurda, no sólo una muestra del paso por esa calle de un capullo con spray: en pueblos del País Vasco, por ejemplo, son una muestra de odio, una exaltación del terrorismo, una exhibición de impunidad criminal. Ahora que el gobierno vasco del Lehendakari López quiere proceder, mediante una higiénica campaña de limpieza, al borrado de tanta falta de respeto a la ley, a las víctimas de ETA, a los ciudadanos pacíficos partidarios de pensamientos complementarios al famoso «pensamiento único nacionalista», surgen problemas que hasta ahora no se producían. La polémica está servida desde el momento en el que el PNV protesta airadamente por lo que supone una injerencia, un exceso del gobierno de la Comunidad Autónoma vasca al pretender borrar el rastro de ETA de las calles de pueblos y ciudades. Lectura rápida aunque no ligera: al PNV le molesta que se retire la presencia de ETA de la vida cotidiana y oficial de la Comunidad. Urkullu, el jefe de la cosa, considera «exagerado» borrar unas frases -que vaya usted a saber cuánto tiempo llevan ahí- en la que se dan vivas a ETA, se celebra la muerte de algún objetivo o se insta a la banda terrorista a no dejar nunca las armas. ETA, mátalos. Con esta toma de postura resulta inequívoco el desprecio por los asesinados que el nacionalismo vasco evidencia de nuevo: un partido que ha primado infinitamente más a las familias de los asesinos que a las de las víctimas -acuérdense del miserable Azcárraga, Consejero de Justicia, miembro de EA- decide solidarizarse con el escritor de lemas apologistas del terror. Tal conducta debería irritar a conciencias medianamente dignas, pero pocas cosas pueden sorprender ya. Retirar pintadas, retirar fotografías de asesinos, disolver cualquier tipo de expresión filoterrorista debería ser tarea inexcusable de quienes gobiernan en nombre de la democracia: en todos los años en los que el nacionalismo vasco ha estado en el poder, en cambio, no se ha realizado ni siquiera el ademán más tímido. Ahora, como consecuencia de la voluntad del actual gobierno vasco de erradicar del paisaje urbano la sorda presencia de los asesinos etarras, el nacionalismo opositor hace piña con los chicos del spray, versión pictórica de los chicos de la gasolina, versión alborotadora, a su vez, de los chicos de las pistolas. Borrar una frase en la que se puede leer «Menganito, serás el próximo» o «Gora ETA» o «Por fin ha muerto Zutanito» es, para Urkullu, un exceso. Qué concepto tendrán del exceso, me pregunto, el tal Menganito o los hijos del tal Zutanito. Prefiero no pensarlo. No es un problema de choque de competencias o de invasión de legitimidad municipal: es un problema de solidaridad, de la solidaridad estratégica que ejercen los nacionalistas con el mundo «abertzale». A Urkullu, por lo visto, le entusiasma pasear por un bulevar repleto de pintadas partidarias de la extorsión y el asesinato: ¡qué hermosura de calles garabateadas con las siglas de los agitadores de árboles! Si a alguno le quedaba alguna duda acerca de qué parte es la que merece su comprensión espero que deje de vivir en el guindo y se aperciba de una vez que estos tíos están con quien están y, a su vez, deciden sin dudar quienes son sus enemigos reales.

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