El salto cualitativo

Que un país con la historia naval que tiene España se tome en serio la defensa de su patrimonio sumergido es algo maravilloso. Primero porque las naves que hicieron posible el imperio en el que no se ponía el sol fueron el alarde de un espíritu de aventura cuyos frutos, transformados después de siglos, permiten a España ser la gran potencia cultural que es, origen del tercer idioma más hablado del mundo y miembro destacado de una comunidad democrática de naciones a las que une no sólo la lengua, sino un carácter y un pasado común.

La recuperación de ese pasado, que no está hecho sólo de aventura, despierta el interés de una sociedad que todavía a veces se interroga por su sentido cabal. Por eso, no se pueden tolerar las agresiones de empresas expoliadoras cuya tecnología puede parecer hipnótica, pero ha demostrado una enorme capacidad destructiva del registro histórico.

La arqueología subacuática ha sido hasta ahora la gran olvidada, en parte por falta de medios. Y nadie tiene hoy medios técnicos comparables a los de la Armada, ni un interés semejante por hacer bien las cosas que los marinos españoles. Por ello, la unión de Cultura y Defensa es una buena respuesta a la tiranía de los engañosos cazatesoros, que sólo quieren lucrarse en el mercado con el oro de nuestros pecios.

El escándalo de Odyssey ha movilizado a la sociedad contra ellos. Por eso, el convenio firmado ayer es un salto cualitativo, que sólo se completará si nuestras autoridades, centrales y autonómicas, logran captar para esta empresa a la sociedad civil: universidades, una nueva generación de arqueólgos y empresas dispuestas a sumar fuerzas. Todos unidos contra los cazatesoros.