Honorable en aprietos
UN político delante de un jurado es carne de cañón. Para bien o para mal, quedará a merced de inevitables prejuicios de convicción o de emotividad que van adheridos como una piel inmaterial al ser humano. Si está acusado de corrupción, difícilmente podrá aspirar a que los integrantes del tribunal popular lo juzguen en la estricta individualidad de su caso, al margen de las simpatías o enojos que su ideología les suscite y de los criterios que cada uno de ellos albergue sobre la honestidad genérica de la clase dirigente. Quizá por eso hasta ahora ningún gobernante ha pasado por ese trance que incluso para los delitos más comunes sigue bajo debate en España, donde el juradismo dista mucho de alcanzar el consenso jurídico necesario para consagrarse en el ordenamiento penal.
Dada su negativa experiencia ante los magistrados del sumario Gürtel y su paralelo éxito político en los avatares electorales, quizá Francisco Camps albergue alguna esperanza de salir indemne si es un grupo de ciudadanos el que acaba examinando los motivos de su imputación por cohecho (pasivo, precisa el auto), pero tanto si beneficia su situación como si la agrava -y precisamente por esa doble posibilidad- no parece la fórmula más idónea, ni siquiera la procesalmente correcta, para decidir un caso en el que además concurre su condición de aforado. En el recorrido judicial de la trama de Correa, el Bigotes y demás «selectos espíritus de esta época», que decía el Marco Antonio de Shakespeare, han abundado actuaciones prejuiciosas de los togados, pero el magistrado Flors parece venir actuando con una escrupulosidad refractaria al ruido político y mediático. Su extraño quiebro tendente a pasar el expediente a un jurado equivaldría a contaminarlo de más apriorismos, y eso es exactamente lo que ha sobrado hasta ahora en este embrollo.
Claro que los problemas del presidente valenciano no vienen de la índole de sus juzgadores, sino de la de algunas de sus amistades. A día de hoy sigo creyendo que el Molt Honorable Camps no sólo no es hombre propicio a corromperse por unos trajes, sino que posee en efecto una honradez acrisolada, y es a los acusadores a quienes corresponde demostrar lo contrario. Pero llegados a este punto del sumario también él va a tener que poner algo de su parte para dar las explicaciones que políticamente le obligaban y que ha preferido obviar para centrarse en la defensa procesal. Es una opción, pero tiene sus costes y le pone en aprietos, le guste o no admitirlo. Porque hasta el momento presente no se ha cumplido ninguno de los pronósticos que sus arúspices aventaban al pronosticar en cada fase sumarial un archivo inmediato. Y la cuestión está llegando a la temperatura de fusión de los materiales. Ese momento en que sólo la honorabilidad completa resiste la prueba de la combustión extrema... que también va a acreditar a los que pongan la mano en el fuego.
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