Puertollano: de la mina a las renovables
Desde el AVE no se ve la realidad. Pasa demasiado deprisa. Puertollano, el emporio industrial de Castilla-La Mancha, parece una ciudad condenada por la crisis. Pero las ruinas de las viejas minas son equívocas: aquí echa raíces un laboratorio de un futuro llamado energías renovables, como la solar

El pueblo de las dos mentiras se rebela contra los estereotipos. De él dicen las malas lenguas que ni es puerto ni es llano, pero Puertollano engaña como algunos espejos. El AVE le ha dado nueva vida, pero también una equívoca visibilidad. Desde los amplios ventanales del tren de alta velocidad se vislumbran vestigios del pasado minero de la segunda urbe de Ciudad Real: siluetas de castilletes, una montaña de escoria y cenizas (El Terry) de las explotaciones canceladas, ruinas de tinglados y de habitáculos que eran casas, amén de las grandes cuencas a cielo abierto, como ojos ciegos, que dieron sobrenombre al lugar e hicieron correr la plata por cerros y lomas. El sol campa inmisericorde donde antaño tuvo asiento un genuino poblachón manchego. Pero Puertollano, con una población «estancada» en las 50.000 almas, ha sabido ser fiel a sí misma haciendo de la energía que mueve el mundo su resorte, y del sol negro del carbón y del petróleo ha optado por mirar de frente a la misma estrella que le frió los sesos a don Quijote (así se llama el flamante y despejado aeropuerto provincial) para convertirse en polo tecnológico de las energías renovables que, como la del astro rey, parecen limpias e inagotables.
Desde el tren que siempre tiene prisa, Puertollano parece la cruda estampa de una ciudad castigada por la crisis. Y sin embargo, pocas veces resulta tan falso el adagio de que las apariencias engañan. Pero para ello hay que echar pie a tierra, andar los caminos y comprobar que Puertollano no encalló en el monocultivo del carbón, primero, y en el de la petroquímica, después. Echar pie a tierra y alejarse, por la carretera de circunvalación, la que permite descubrir que sí hay puerto, y que es ahí donde se yergue la figura del minero en bloques esculpida por José Noja, que mira a Puertollano tendido a sus pies y al horizonte, y seguir en dirección a Calzada de Calatrava (el terruño de Pedro Almodóvar). Entonces se descubre, a la derecha de la ruta, por qué se ha convertido Puertollano en «faro industrial» castellano-manchego, europeo, «mundial». Cosa de manchegos ilustres. El complejo petroquímico parece una ciudad en sí mismo, con sus altísimas chimeneas coronadas de penachos de fuego, hitos que algún ingeniero de nueva planta denomina, como los silos de las dos térmicas, «arqueología industrial», especialmente cuando se compara con la explosión de energías renovables que han encontrado en estos secarrales la tierra más fértil de la Península Ibérica. En el punto kilométrico número 25 hay un mapa del futuro: la nueva central termo-solar que acaba de inaugurar Iberdrola. Sobre una extensión equivalente a 130 campos de fútbol se despliega un mar de espejos: 352 colectores de cristal, paneles cóncavos programados para empezar a girar 180º siguiendo el arco tenso del sol desde el alba hasta el crepúsculo en un lento ballet postindustrial.
España es potencia junto a Estados Unidos en esta variante de la energía solar. Las termo-solares no usan paneles fotovoltaicos, sino que calientan hasta los 400º centígrados un aceite térmico. En el momento de mayor intensidad solar, los tubos por los que circula se colorean de blanco. Ese aceite llega a un ciclo cerrado de agua-vapor que a su vez pone en marcha turbinas que generan energía eléctrica. Más de 200 obreros durante dos años se han aplicado a construir una planta que brilla a pleno sol y que ha creado 60 empleos fijos, en su mayoría vecinos de Puertollano, para mantener una fábrica de luz que opera las 24 horas del día y que tiene potencia para generar 103 gigavatios hora al año, suficientes para satisfacer el consumo de una ciudad que duplicara el censo de Puertollano. A diferencia de la fotovoltaica, la generada por una planta termo-solar como la de Puertollano y su campo de espejos parabólicos sí se puede almacenar.
Si hubiera que poner caras al nuevo y al viejo Puertollano, el director de la planta, Mohamed Bouzaid, nacido en la villa hace 33 años, de padre marroquí y madre ciudad-realeña, egresado de la primera promoción de ingenieros industriales de la Universidad de Castilla-La Mancha, especializado en técnicas energéticas, pertenecería a la primera categoría. Desde el puesto de mando de la central, que domina un «campo solar» que tiene trazas de metrópoli espacial, Bouzaid destaca la apuesta tanto de la comunidad autónoma como del ayuntamiento para haber convertido a Castilla-La Mancha en la primera autonomía en energías renovables, pese a haber sido una de las últimas en incorporarse al carro del sol.
Manuel Hervás, de 77 años, antiguo minero, como su amigo Jesús Luchana, soldador de 63 que acaba de jubilarse, encarnan el viejo Puertollano. Ambos se han ganado a pulso el derecho al asueto, que ejercen en La Benéfica, asociación fundada en 1894 en la que los venerables pasan las tardes jugando al parchís, el dominó y otros deportes de mesa. Luchana se empleó con el trillo a los 13 años, pero desde que a los 18 empezó a soldar no ha parado: su oficio le llevó a Suráfrica, Marruecos y las Bahamas cuando «la reconversión condenó a mucha gente al paro en Puertollano». El soldador ve «en la industria solar, el futuro de mañana». Hervás, con la cabeza ralentizada por un derrame, no del grisú ni de las explosiones que recuerda de los años en la penumbra, empezó a bajar a la mina a los 18 («la edad legal»), aunque «desde los ocho ya cuidaba guarros». Se pasó media vida en las galerías de la mina El Norte, en turnos de ocho horas a 400 metros de profundidad: «En los años cincuenta llegó a haber diez o doce minas abiertas, y más de 5.000 mineros. Corría mucho dinero». Hasta que llegó la reconversión en los setenta, y el paisaje empezó a mutar en Puertollano.
La ciudad ha sufrido muchas vicisitudes, y su geografía urbana es testigo de un progreso no siempre favorable a preservar el legado histórico. Caso llamativo es el del Gran Teatro, edificado sobre el Huerto del Tío Polonio. Como se lee en «José Rueda. Un fotógrafo de prensa en Puertollano», «su construcción, como la de tantos otros edificios de la ciudad, fue posible gracias a las favorables condiciones socio-económicas que creó en Puertollano la I Guerra Mundial». En los setenta, «la construcción del Complejo Petroquímico, del Poblado, de la presa del Montoro, de la traída de aguas hasta Puertollano y de las infraestructuras básicas, amén de las explotaciones de las bizarras bituminosas de los pozos “Calvo Sotelo”. “Inclinado” y “Este Número 1”, supusieron un nuevo “boom” inmigratorio para el que Puertollano no estaba preparado», escribe José Domingo Delgado Bedmar. El carbón de Puertollano era, por lo general, de baja calidad, con un 50 por ciento de cenizas, azufre y materias volátiles, de ahí también se explica la montaña conocida como El Terry, que se empezó a formar en los años veinte del siglo pasado con las cenizas y las escorias del lavadero y fábrica de destilación de carbones de Calatrava. Cuando soplaba el viento de poniente, «buena parte de aquellas llovían sobre el pueblo». La crisis de la minería local se inicia con el fin de la autarquía «y el inicio de la importación de carbón, más barato y de mejor calidad que el de la cuenca hullera puertollanense». Ahora sólo sigue en explotación una mina. El Complejo Petroquímico fue inaugurado en 1952 por «el Caudillo», quien tanto parecía disfrutar con ceremonias de las que daba cuenta el «NO-DO».
Alcalde desde 2004, Joaquín Carlos Hermoso mantiene intacto el poder municipal del PSOE en el municipio desde que se celebraron las primeras elecciones democráticas. El regidor es consciente de que «los monocultivos, y más referidos a actividades energéticas tradicionales y de las que todo el mundo coincide que deben entrar en procesos de reconversión, significan paralización y estancamiento económico», y saca pecho a la hora de valorar la condición de la urbe —que fue «nombrada ciudad por Felipe II»— como estandarte de las energías limpias: «En Puertollano hay un ciclo cuasi completo de generación de elementos productivos para la producción de energías renovables, así como plantas completamente innovadoras y únicas en Europa. En este sentido, somos los principales productores de obleas de silicio de Europa. Igualmente, y tras el cierre de otras plantas en España y en el extranjero, somos uno de los principales productores de módulos fotovoltaicos y hay que decir que tenemos la mayor central termo-eléctrica de Europa, con una producción de 50 megavatios y el mayor campo fotovoltaico europeo, también con una producción de 50 megavatios. Si a esto le añadimos que se centraliza aquí toda la actividad investigadora en el campo de la energía fotovoltaica de concentración, eso significa que estamos a la vanguardia de estas energías en España, Europa y en el mundo entero».
A pesar de su militancia, el alcalde no se muerde la lengua a la hora de criticar al Gobierno central: «Creo que el Ministerio de Industria debe modificar su política, por cuanto que no puede estar el propio presidente Zapatero apostando de forma firme por las energías renovables y en contra de otro tipo de energías potencialmente contaminantes o peligrosas, y por otro lado, en concreto en relación a la energía solar, no realizar una política similar a la del Gobierno alemán, por ejemplo de incentivos hasta la consolidación de este tipo de actividades energéticas como actividades autosuficientes».
Huerto solar
Director del Instituto de Sistemas Fotovoltaicos de Concentración (ISFOC), Pedro Banda es un ingeniero madrileño de 43 años atraído por el imán de Puertollano. Muestra con legítimo orgullo las avanzadas obras de la impresionante nueva sede del instituto, en el polígono de La Nava, que está reconvirtiendo el paisaje minero por donde transita fugaz el AVE. En su huerto solar se ponen a prueba nuevas placas fotovoltaicas de concentración: tres españolas, una de Taiwán, una de Estados Unidos y una alemana, «prototipos que se empiezan a desarrollar a escala industrial», y están a punto de crear una réplica de un «instituto único en el mundo» en Abu Dabi.
Banda reconoce que el exceso de ayudas públicas había «desvirtuado el mercado», y admite que la crisis ha recortado las alas al impulso tecnológico de Puertollano. Aunque hace hincapié en que el cambio climático puede potenciar todavía más las «condiciones idóneas de España para las energías renovables, con un 70 por ciento del territorio óptimo para solares y eólicas» y se felicita de la inauguración de la planta termo-solar, no deja de señalar su talón de Aquiles: «Necesita mucha agua». En esa línea insiste el biólogo y consultor de desarrollo sostenible José Manuel Villanueva, otro vecino encantado con el lugar desde que sus padres, médicos, se instalaron en Puertollano en 1977: «Consume un hectómetro cúbico de agua al año. Aunque también hay que decir que era mucho más cara cuando se utilizaba para cultivar maíz que para una planta termo-solar». Sostiene Villanueva que a cuenta de las ayudas públicas hubo mucha picaresca en muchas comunidades, pero admite que «la apuesta inteligente pasa por las renovables».
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