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La mezzosoprano Christa Ludwig, premio a toda una carrera

Ludwig, durante la velada / EFE

«La que más me interesa de toda la velada es Christa Ludwig, pero no creo que haya venido», se lamentaba uno de los espectadores que acudió la noche del viernes a la entrega de los IV premios Líricos Teatro Campoamor. Sin embargo, su rostro se ilumina cuando la descubre en uno de los palcos. Y se sorprende del magnífico aspecto que ésta exhibe. Y es que a sus 81 años, Christa Ludwig está estupenda, y derrocha amabilidad y simpatía.

Es una de las grandes leyendas de la ópera vivas, con un repertorio que abarca todos los grandes papeles para mezzosoprano (Judith, Leonora, Dido, Ortrud, Charlotte, Clitemnestra...), a los que se añade su dominio del lieder. Christa Ludwig se muestra feliz con el premio que unas horas después de esta entrevista con ABC recibirá como reconocimiento a su carrera. «Es muy especial  para mí porque tengo 81 años y muchos de mi colegas ya están muertos. Por eso me siento una privilegiada de estar todavía viva y poder recibir este premio por una larga carrerra, 50 años. Y ahora estoy feliz de estar retirada, porque me permite venir a España a recogerlo». Este galardón se suma a una larga lista, «ahora me dedico a vivir tranquila y a recoger premios», bromea, pero no deja de resultar paradójico que sea premiada por un país en el que nunca ha cantado una ópera, aunque sí ha ofrecido recitales en varias de sus ciudades, como Barcelona, Valencia, Madrid, Zaragoza, Granada y Canarias..., «cantando canciones alemanas», matiza. Sobre el porqué de esta ausencia,  se encoge de hombros con una sonrisa y deja en el aire la pregunta y la respuesta...

«MC»A pesar de su exitosa trayectoria, Christa Ludwig no se vanagloria de ella y aún más, asegura no pensar en el pasado. «Cuando escucho algunas de mis viejas grabaciones pienso que suenan bien, pero ya está. No soy una mujer que vive del pasado, siempre he mirado hacia adelante. Ahora sólo me interesa el futuro. Mi vida es como un libro en el que he pasado página y en el que lo que más aprecio ahora es mi vida privada». Lo dice una persona que se entregó en cuerpo y alma a la música durante medio siglo, debutó con 18 años y se retiró a mediados de la década de los 90, con una dedicación que rayaba en el misticismo.

Por eso, cuando decidió retirarse vio abierta una nueva etapa en su vida, dedicada a su familia. Vive a las afueras de Viena, «muy cerca de mi hijo y de mi nuera». Cuando se le pregunta si ha dejado en el tintero algún personaje que le hubiera gustado interpretar se ríe y contesta: «Los de soprano. Las mezzo siempre queremos ser sopranos aunque yo —matiza— he cantado algunos». Entre estos menciona el rol de Ariadne, «que canté un año en el Festival de Salzburgo», y también habla de «Fidelio»: «Me encanta por la humanidad del personaje. La mayoría de las óperas cuentan cosas tontas pero ésta no». A esto se añade un componente muy emotivo: «Mi madre \[«MC2»la mezzo Eugenie Besalla-Ludwig, que ejerció como única maestra de Christa\], también interpretó este mismo papel, bajo la dirección de Karajan. Y yo lo hice con él treinta años después. Fue como cerrar el círculo», recuerda.

Herbert von Karajan es uno de los tres directores  de orquesta «MC2»—junto a Karl Böhm y Bernstein— fetiches de la mezzosoprano:  «El primero fue Böhm, que me promocionó en Alemania, y con él intérpreté muchos personajes mozartianos y de Richard Strauss. Él me enseñó la precisión y a hacer las cosas con exactitud; entonces llegó Karajan, que dirigía a mi madre, y me mostró la belleza del fraseo. Y por último, Leonard Bernstein, que era muy  inteligente, algo muy raro que se da sólo en dos o tres directores musicales», se ríe. «Él te decía las cosas pero no de manera pedagógica, te mostraba las cosas de una manera filosófica. Era un gran músico y un gran hombre. Así a lo largo de mi vida aprendí primero precisión, después belleza y después a meterme dentro de la música. Gustav Mahler —añade— decía que la esencia de la música no está en las notas, y Berstein investigaba la esencia de la música».

Estos tres hombres han marcado la carrera de la mezzosoprano que añade de motu propio un cuarto nombre, el de su segundo marido, el director de escena francés Paul-Emile  Deiber, actor y miembro honorario de la Comèdie Française, al que conoció a los dos años de divorciarse del barítono Walter Berry. «Nos encontramos en el Met y me enseñó francés y muchas cosas de la cultura francesa, que desconocía porque existía un gran rechazo hacia ese país cuando yo estudiaba en Alemania». Y confiesa sentirse muy afortunada por «haber encontrado a lo largo de mi vida, personas adecuadas en los momentos adecuados».

En cuanto a si le hubiera gustado haber desarrollado su carrera en esta época, asiente rápidamente. «Sí, ahora es más fácil hacer una carrera gracias al markéting. La gente enseguida te conoce. Entonces no había televisión, ni publicidad, tenían que pasar diez años para ser conocida, y al cabo de poco tiempo te olvidaban. Ahora tienes artistas como Lang Lang que es muy bueno y tiene mucha publicidad, o el caso de Netrebko. Hay tantas Netrebko... pero sólo una tiene publicidad».

Si bien no es partidaria de fenómenos tan populares como Los Tres Tenores o Pavarotti & Friends, «auque esto haya contribuido a hacer a un público joven», considera que uno de los aspectos en los que la música ha avanzado para bien es en la mayor difusión del repertorio barroco con instrumentos originales. «Nunca ha habido tanta música barroca como hoy».«MC» «MC2»A pesar de su retiro y de «llevar una vida tranquila», acude con cierta frecuencia a la Ópera de Viena, «aunque es muy cara. Una entrada cuesta 250 euros. Y a veces sobre el escenario ves cosas que son modernas pero son muy estúpidas. Y entonces me dedico a escuchar». Y se lamenta de que en los repartos se contrate a una gran estrella, «y  el resto de los cantantes son mediocres».

Preguntada por las  voces que más le gustan hoy, no lo duda: «Me gusta mucho Karita Matilla, que no tiene mucha publicidad», bromea. Y en cuanto a con qué director musical le hubiera gustado trabajar señala a dos: Mariss Jansons y Thieleman.

Amante del repertorio wagneriano, en cuyo festival debutó en 1966, considera «injustos» los movimientos que ha habido en los últimos nombramientos. «Se ha dejado fuera a los descendientes de Wieland, a quien conocí en persona, pues murió en 1967, y que creo que aportó muchas cosas a Bayreuth y realizó unas puestas en escena muy inteligentes, basadas en la luz. Ha sido completamente olvidado. La dirección se ha dejado sólo en manos de las hijas de Wolfgang, Eva y Katharina».

Concluida la entrevista y antes de sumarse al ensayo —donde participa de corista en un numero de la zarzuela «El bateo», con el que se cierra la gala—, Christa Ludwig pregunta cómo se dicen algunas palabras en castellano para dar las gracias al recoger el premio. Las repite varias veces en voz alta con el interés de no defraudar a un público que el viernes le dedicó una larga e intensa ovación.

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