¿Otro 1898?
SERÍA no ya desmesurado sino ridículo comparar la derrota de España ante Estados Unidos en la Copa Confederaciones en Sudáfrica con la de 1898 en Cuba y Filipinas. Pero si consideramos la popularidad que ha alcanzado el fútbol, el dinero que mueve y las pasiones que suscita, tampoco puede considerarse la nueva derrota un mero tropiezo deportivo. Sobre todo, viniendo de la cumbre futbolística en que creíamos estar y la insignificancia que atribuíamos a nuestro adversario, pese a que acababa de derrotar a los campeones de África, donde no se juega nada mal.
Aparte de haber curiosas semejanzas entre ambas derrotas. Si hoy Estados Unidos es algo así como un recién llegado al mundo del fútbol, en 1898, lo era a la escena internacional. La única guerra que había librado -aparte de la civil- había sido con un conflictivo y convulso Méjico, al que había arrebatado buena parte de su territorio, pero que no era ninguna referencia para calibrar el poderío militar. No faltaron entonces gacetilleros españoles que pronosticaron un auténtico paseo la victoria sobre aquella «nación de salchicheros y comerciantes», como la denominaban, mientras los políticos anunciaban gastar hasta la última peseta y la última gota de sangre para defender nuestras últimas posesiones ultramarinas, ante un público convencido de que no podía ser de otra forma. Sin embargo, la derrota fue tan rotunda como humillante, la armada española fue destrozada por la yanqui y nuestros soldados tuvieron que morir o rendirse, marcando el ocaso definitivo de nuestro prestigio como potencia internacional y creando tal crisis interna que sus reverberaciones llegarían hasta la guerra civil. El «más se perdió en Cuba» quedaría como una marca al rojo vivo en la piel del toro español. Aquello fue mucho más grave que la derrota en Bloemfontein del miércoles pasado. Pero los falsos cálculos, el exceso de confianza y la subestimación del contrario eran los mismos. Parece mentira que hombres tan experimentados como el seleccionador nacional y nuestros jugadores olvidasen que lo que ha hecho tan grande y popular el fútbol ha sido precisamente que el pequeño puede siempre ganar el grande si pone suficiente corazón. Pero durante la primera parte del partido no hicieron otra cosa que pasearse por el campo, mientras sus rivales corrían tras cada pelota como si les fuera la vida en ello. Cuando quisieron reaccionar en la segunda parte, era ya demasiado tarde. Pero eso se lo contarán los cronistas deportivos mejor que yo. Yo sólo quería recordar dos cosas. La primera, que un país que se dedica a importar los mejores jugadores del mundo, no importa el precio, difícilmente logrará reunir una selección de la misma calidad, al haber renunciado a su propia cantera. Puede que una constelación de suerte, calendario y jugadores de equipos en plena forma traiga el espejismo de una superioridad ficticia, pero la realidad terminará siempre imponiéndose. Lo segundo a recordar es que el fútbol, pese a todos los millones que mueve, las pasiones que desata y el entusiasmo que despierta, es un deporte, esto es, un juego. Y los juegos nunca podrán sustituir a la vida misma. La vida misma en España son hoy los cuatro millones de parados, los indicadores anunciando que seguirán aumentando y el gobierno desoyendo las recomendaciones de todos los expertos del ramo. Eso es lo realmente grave, no que hayamos perdido por 2-0 con Estados Unidos. Que descendamos a la segunda división de la economía mundial, después del trabajo que nos costó alcanzar la primera. Entonces sí que podríamos hablar de otro 1898 y se habría perdido bastante más que en Cuba.
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