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«No tengo ni para comer»

La crisis se ceba con España. Son jóvenes y emprendieron su vida con ilusión y sin sospechar que deberían enfrentarse a una situación que les está dejando literalmente en la miseria. Acuden a Cáritas para resolver sus problemas. Apenas pueden subsistir

«No tengo ni para comer»

«Hace un año estaba a punto de irme de vacaciones y ahora no tengo ni para comer, tengo que pedir ayuda». Esta frase, pronunciada por Carlos, un joven padre de 25 años, refleja la angustia de 600.000 personas que se ven obligadas a recurrir a Cáritas para atender sus necesidades más elementales. Son los nuevos pobres, españoles e inmigrantes, que con la crisis económica han visto tornarse en negros nubarrones el horizonte luminoso que les ofrecía una situación de bonanza en la que tenían trabajo, podían «embarcarse» en la compra de una vivienda, atender sin dificultades las necesidades más elementales de su familia y hasta permitirse algún capricho. Y sólo un año atrás.

La historia de cada una de las personas que piden ayuda es única, pero existen numerosos ejemplos de ese camino que si alguien no lo remedia puede acabar en la exclusión de muchos. Entre los casos atendidos por Cáritas destaca la de un matrimonio de apenas 37 años, con dos hijos. El padre perdió su empleo y ya no cobra prestación alguna. La madre trabaja en un comercio como dependienta y es el único ingreso que entra en el hogar. Tienen una hipoteca de unos 600 euros y su falta de liquidez les ha impedido pagar recibos de la comunidad de vecinos, de la luz y del agua. Durante un tiempo han vivido de los «ahorrillos» que tenían y ya los han agotado. Pero hay que comer, vestirse, seguir pagando la hipoteca... Tras una larga resistencia, deciden acudir a la red social de Cáritas. Allí les ayudan a pagar recibos pendientes, y siguiendo la filosofía de «dar la caña y enseñar a pescar» les ofrecen orientación profesional y esperanza. Sin embargo, las ayudas materiales sólo pueden ser puntuales. El progenitor se prepara para encontrar un empleo y, mientras, el temor a perder su casa sigue latente. Y es que de ser una familia normal ha pasado a la situación de vulnerable.

Las mujeres solas con hijos a su cargo son otro de los perdiles de necesitados en alza. La joven madre comparte habitación con su hijo en un piso con dos familias más y no tiene garantizados unos ingresos fijos. Además, las condiciones de su humildísimo hogar son muy deficientes. Los servicios de ayuda de Cáritas le han proporcionado algún dinero y le están buscando una plaza en los denominados «espacios residenciales temporales». Además, recibe orientación para mejorar en el empleo y estabilizar así la relación con su hijo, al que frecuentemente debe desatender para trabajar.

Los inmigrante también viven los efectos de la crisis. Un ecuatoriano logró montar un pequeño negocio de alimentación, que sucumbió con la crisis. Ahora se encuentra con deudas y sin trabajo. Vive de alquiler y con la amenaza de desahucio, Su mujer tampoco trabaja. Recibe ayuda de alimentación y le han adelantado el pago del alquiler . El objetivo es sacarlo adelante, prepararle para que retome el negocio a través de un microcrédito. Si la crisis le deja, claro.

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