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ABC Cultural

«Las primas»

Aurora Venturini. Caballo de Troya. (Madrid, 2009). 200 páginas. 12, 90 euros

«Las primas»

Un premio a la mejor primera novela suele estar asociado, irremediablemente, a la juventud. Sin embargo Aurora Venturini lo ha ganado con 85 años. Ha ocurrido en Argentina y el jurado, integrado por nombres como Alan Pauls o Rodrigo Fresán, creyó que se encontraba frente a una broma de César Aira. “ Las primas ” no es sólo la obra de una anciana, sino una novela espléndida y durísima. Si hubiera que emplazarla en la mitad de alguna biblioteca se la podría situar entre Agotha Kristoff –la autora de la estremecedora “Trilogía de Claus y Lucas”-, los monólogos menos severos de Faulkner y “La parada de los monstruos”, aquella película del primer cine sonoro protagonizada por las más tristes deformidades del circo. Es decir, “Las primas” es una obra dura y arriesgada que demuestra, sin pretender en apariencia demostrarlo, que los recovecos de la conciencia de los supuestos marginales no son tan distintos de los nuestros.

Su autora, aunque nunca hubiera publicado una novela, es traductora y crítica, vivió en el París de los 60 y confraternizó con Sartre, Camus y compañía. Es decir, su asombroso dominio del código narrativo no proviene de una iluminación divina sino de un prolongado aprendizaje del que, afortunadamente, ha decidido regalarnos un fruto.

Disfuncionalidad

Nos encontramos desde la primera línea con una familia disfuncional, como lo son la mayoría, aunque tal vez un poco más. Y con una narradora en primera persona que sufre serios problemas mentales, sistemáticamente aprovechados por el entorno y por ella misma, que demuestra no ser tan necia como los demás creen que es. La radical perspectiva de la protagonista es percibida por el lector sin necesidad de explicaciones. Desde la primera página sabemos, por su peculiar fraseo, por su lenguaje, que nos hallamos ante una voz ajena a la normalidad. Sin embargo, el peculiar tratamiento de los signos de puntuación no provoca una caída del ritmo. Porque la autora sabe lo que está haciendo y sitúa refuerzos suficientes para que el edificio se sostenga. Y a pesar de tales dificultades, como logra su ancestro Faulkner, consigue que la voz posea una resonancia poética sorprendente. También, como los tontos del maestro del gótico sureño, la narradora consigue modificar nuestra mirada: contemplamos el mundo desde una perspectiva radicalmente sincera, dotada además de un sorprendente sentido del humor, tal vez motivado por la necesidad de sobrevivir. Y esa contemplación tan cruda nos modifica, aunque sólo sea para irritarnos, para poner en cuestión nuestras sombras. Y rodeándolo todo, el turbulento Buenos Aires de los años 40, cuya descripción, nunca arbitraria, no escapa del ojo de la protagonista.

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