Jueves, 18-06-09
EN todos los gobiernos suele haber ministros prescindibles, por incompetencia o por ineficacia, pero en el de España además existen varios Ministerios superfluos o redundantes, fruto de la costumbre zapaterista de diseñar los gabinetes como si se tratase de decorar un escaparate. El presidente tiene un concepto ornamental de la política, que considera un arte de seducción y relaciones públicas antes que un ejercicio de responsabilidad, y por eso está más atento a los aspectos de la apariencia que a los contenidos; ha convertido el poder en una suerte de pasarela de tendencias, en un despliegue exhibicionista de gestos y modas. En esta legislatura se llevan políticas líquidas, estilos ligeros con maquillajes de tono estridente, lucidos a ser posible por mujeres jóvenes con vocación de modelos de la posmodernidad socialdemócrata. Zapatero ha confeccionado el Gobierno como si fuese una vitrina de intenciones; lo que le importa es el lucimiento, aunque algunos departamentos ministeriales tengan menos fondo que una lata de anchoas.
El resto de los partidos permanece chapado a la antigua sin entender los criterios de este novedoso republicanismo de diseño, y considera que en tiempos de crisis conviene prescindir de accesorios. Una mayoría heterogénea pidió el martes en el Congreso que el Gobierno sufra una poda de austeridad, y señaló tres Ministerios que se pueden suprimir sin quebranto: Vivienda, Igualdad y Cultura, justos lo que concentran la mayor parte del despliegue visual en el que el presidente reconoce su impronta. Por eso se va a hacer el sueco; en su curioso concepto de la democracia deliberativa, la voluntad expresa de la asamblea nacional no es vinculante. Zapatero no modificará su equipo cuando se lo diga el Parlamento, sino cuando se lo aconsejen las encuestas.
En realidad, la reducción de carteras también es un asunto simbólico, ya que sólo adelgaza un poco el organigrama. La masa administrativa sigue intacta; no se pueden eliminar funcionarios. Pero se trata de un gesto pedagógico que envía a la sociedad agobiada el mensaje del rigor y del ahorro, dos conceptos antipáticos que rechinan en la complaciente sensibilidad del socialismo amable. Cuando la vicepresidenta económica lamenta el dispendio -privado- de Cristiano Ronaldo olvida los fondos públicos que el Gobierno dilapida en esos ministerios-burbuja, gaseosos y volátiles, livianos e intrascendentes, con los que da cobertura argumental a su discurso vaporoso. Ocurre que, sin ellos, Zapatero quedaría políticamente desnudo, retratado ante la responsabilidad de gobernar sin la vestimenta retórica de una vaga cháchara conceptual, despojado del sello de hueca diferencialidad en que se basa su estilo. Tendría un Gobierno como los demás y él parecería entonces un presidente peor que los demás. Hasta ahí podía llegar la broma.