GM: De mayor fabricante de coches a la mayor bancarrota industrial de EE.UU.
Charles Wilson, presidente de la compañía, llegó a argumentar en 1953 que todo lo que era bueno para el país también era bueno para General Motors

Para hacerse una idea de la magnitud del colapso de General Motors hay que recordar que cuando Charles Wilson, presidente del gigante de Detroit, fue nominado en 1953 para ocuparse del Departamento de Defensa no tuvo reparos en argumentar durante su trámite de confirmación parlamentaria que «lo que es bueno para el país es bueno para GM y viceversa».
Durante su época de máximo esplendor, en torno a 1962, GM llegó a ser el mayor fabricante de automóviles del mundo y representar un 10% de la economía de Estados Unidos, donde acaparaba más de la mitad de todas las ventas de utilitarios. Margen de maniobra sobrado para convertir sus productos, tecnología y funcionamiento interno en una referencia obligada en la historia de la economía industrial.
A General Motors también se le atribuye un impacto decisivo en la sociedad de consumo al introducir el concepto de «obsolescencia planificada», con modelos anuales cada vez más atractivos. Sin olvidar tampoco la idea de la «escalera del éxito», por el que sus marcas -Chevrolet, Pontiac, Oldsmobile, Buick y Cadillac- se convirtieron en peldaños ascendentes de estatus social. al víncular coches con identidad personal.
Cuando Estados Unidos contaba con tan solo 10.000 automóviles pioneros, General Motors fue fundada en 1908 por Willian Durant, empresario de Michigan con experiencia en la venta de coches de caballos de carne y hueso. A través de una veloz adquisición de pequeñas marcas, General Motors no hizo más que crecer entrando en 1925 en el índice industrial Dow Jones para despegar con la Segunda Guerra Mundial.
Como recordaba ayer un nostálgico crítico del automóvil, nadie en su sano juicio se hubiera atrevido en la vida a dudar sobre la eternidad de General Motors al contemplar un Cadillac Eldorado Biarritz de 1959, «con sus casi seis metros empezando por un parachoques estilo Jayne Mansfield hasta unos intermitentes posteriores como cohetes, una lírica de acero y cromo con su punto obsceno». Realmente, el final de toda una época y también de todo un mundo.
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