Domingo, 31-05-09
POR R. A.
CÓRDOBA. Encarnación M.P. Treinta y seis años. Dos hijos de los que su padre se desentendió al poco de nacer. Sin estudios. Un piso de sesenta metros cuadrados concedido por la Junta de Andalucía. Desde el balcón de su casa ve los manteles de las vecinas, su ropa interior, los lamparones de sus almohadas, la miseria de sus ajuares. Tal vez del primero derecho. O del segundo izquierda. El suyo, su piso, está en la quinta planta. El ascensor se encuentra fuera de servicio. «Si supiera usted lo que hace la gente en el ascensor, y lo que mete en él... así como va a funcionar», lamenta.
«¿Quiere usted tomar algo? Poco le puedo ofrecer: ya ve cómo tengo el frigorífico». Abre la puerta del refrigerador y apenas se ve un cesto de fruta, un trozo de queso y dos botellas de leche. «La crisis, la crisis, que va a acabar con nosotros», lamenta.
Encarnación cuenta los días que le quedan para volver a cobrar el salario social de la Junta. «Como quiten eso, este barrio se muere de hambre». Se refiere a Las Moreras, el vecindario en el que dio con sus huesos y con el de sus dos vástagos cuando la vida se puso cuesta arriba. «Mi compañero se metió en líos de drogas: traía mucho dinero a casa y yo no preguntaba... Hasta que tuvo que desaparecer del mapa porque alguien lo buscaba para saldar una cuenta pendiente». Y desde entonces, relata la mujer, poco ha sabido de él. «Al principio mandaba algo de dinero, ya ni eso». Solloza esta gaditana afincada en Córdoba que, cuando se acaban los seis meses del Programa de Solidaridad, tira con lo que le dan en la parroquia y con la mano tendida de una ONG cercana a su domicilio.
«Hasta agosto no me vuelven a pagar los 436 euros de la Junta... Queda tanto...». El verano está a la vuelta de la esquina y teme por sus hijos. «En este barrio no es bueno que pasen mucho tiempo en la calle, quiero meterlos en algún taller del centro cívico para que estén ocupados y me dejen tiempo para buscarme trabajo».
Ella, que en tiempos soñó con ser enfermera, saca lo que puede cuidando ancianos de madrugada. Pero ya ni eso: «Mi madre, que antes venía a quedarse con los niños, está impedida». «Ya me da vergüenza ir a Cáritas, pero no queda otra». Al menos hasta que la Junta pague.