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«El miedo no se va. Sigue ahí»

«El miedo no se va. Sigue ahí»

«Mi hijo tiene 15 años. Lleva 10 meses en tratamiento. Está mejor pero el miedo no se va. Sigue ahí, por si se reproduce la situación en el futuro. Estamos expectantes, evitando la mínima distorsión». Quién habla así es el padre (al que llamaremos Antonio) de Luis (nombre supuesto), al que tuvo que denunciar por ejercer la violencia en el seno de la familia. «Está contento y poco a poco se va integrando. Empezamos a tener un nuevo hijo», subraya esperanzado.

Fue en julio de 2008 cuando la situación llegó al límite y se hizo insostenible. Tras denunciar los hechos, un juez determinó el ingreso del menor en El Laurel, un centro de internamiento en régimen cerrado que cuenta con 24 plazas. Tras ello, pasó al Padre Amigó, un hogar-mixto educativo situado en un chalé de Carabanchel, donde estará hasta septiembre. Dispone de 9 plazas de alojamiento en régimen semiabierto -llevan una vida normal de estudio y trabajo-, y una veintena en régimen de libertad vigilada -acuden a realizar los programas de terapia familiar-.

Familias normalizadas

Cumpliendo la medida judicial de convivencia hay cinco chicos, y otros 19 asisten a las intervenciones psico-sociales. Todos ellos pertenecen a familias normalizadas, integradas, de clase media-baja, que en la adolescencia de sus hijos se sienten «desbordadas por su indisciplina, su elevado absentismo escolar y su rechazo a la autoridad», indicó una educadora del centro. La pérdida de control sistemática por parte de los hijos, que ni son violentos en otro ámbito ni toman drogas y el rechazo a la autoridad de los padres, alcanzan unos niveles tan insoportables, que, unido a los malos tratos, acaban por superarles.

De ahí la importancia del tratamiento integral, en el que participan progenitores y vástagos. El objetivo es modificar las conductas violentas de los segundos para que aprendan a convivir, durante el periodo de tiempo marcado por el juez, a respetar, a dialogar, a pactar y a tolerar la frustración.

Mientras, «a los padres se les adiestra en el mejor modo de resolver los conflictos y en cómo imponer las normas y aplicarlas, alcanzando acuerdos y eliminando los hábitos nocivos que desgastaban a la familia con nuevas pautas educativas». Así lo explicó Antonio tras la visita que realizó al centro el consejero de Justicia e Interior, Francisco Granados.

Reincidencia del 30% al 1%

Granados recalcó que, con el tratamiento integral que se da a las familias en este centro, pionero en España, en tres años se ha logrado reducir la reincidencia del 30 al 1%». Carmen Balfagón, directora de la Agencia del Menor Infractor, subrayó que «evitando la violencia del menor se evita la del adulto».

Unos y otros llegan al centro con una sensación de culpabilidad, fracaso y angustia que los profesionales intentan subsanar. «Luis tenía una vida muy cómoda. No se responsabilizaba, exigía cada vez más y empezó a perdernos el respeto. Hasta que llegó a los brotes de violencia. Tuve que denunciarle», indica Antonio.

Una de las compañeras de Luis es Sara, de 18 años, en libertad vigilada. «He aprendido que no puedo exigir las cosas por la fuerza. Soy consciente de mi problema y ha mejorado mi relación con mis padres aunque ellos aún recelan». Rocío, de 17, dice que «antes era muy rebelde y tenía mucho carácter. No aceptaba un «no». Ahora, procuro controlarme. Este «palo» me ha venido muy bien».

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