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Lección de lidia y valor de Urdiales

El cartel del domingo 24: López Chaves, Urdiales y Valverde / AGENCIAS

Lidiar es la otra acepción de torear, antañazo la principal. Torear es lidiar. Y por tanto Diego Urdiales toreó. Es más: dio una auténtica lección lidiadora desde la base del valor. Y desde los cimientos del corazón, conocimientos y cabeza. Su primera faena de ayer se la inventa, porque invención suya fue, una figura de alta gama, y hoy los titulares se derriten unánimemente con su sapiencia, ciencia y tauromaquia. Urdiales estuvo bien, pero que muy bien, desde el primer capotazo al manso samuel, marcado con el hierro de Manuela Agustina López Flores, como tercero y sexto. Lidia cabal y siempre hacia delante. La faena en orden. Una media distancia inicial a la altura de su astifinísima y elevada testa —¡qué cabezas lucía la samuelada!—, para aprovechar la inercia. El toro causaba la sensación de no ir nunca en la muleta, hasta que el riojano lo metió. Largo proceso. En serio, por abajo ahora, estalló la izquierda, ayudado por la espada para esquivar, más que algún cabezazo, el permanente viento. Y así se la dejó en el hocico en un par de series meritísimas de largo trazo. Guarda un aire tremendo con Andrés Vázquez: una bella trinchera sonó zamorana y seca. Y por el derecho también lo exprimió arrastrando los flecos. Un aviso cayó cuando insistía de más. Pero la cuestión había necesitado su tiempo. Aun así, si le mete la espada... Al final bordeamos el tercer recado presidencial. Caló la importancia de lo visto y lo sacaron a saludar. No se entiende cómo este torero no le dan sitio después de sus tardes de 2008 en Madrid, San Sebastián y Bilbao, que no son Pozuelo, Getafe y Valdemoro, precisamente.

El zancudo quinto se tragó una serie por el pitón diestro y ya no quiso jamás, acobardado y gazapón en la muleta de un insistente (demasiado) y valeroso Urdiales.

La corrida de Samuel Flores traía pulidos cuernos elefantiásicos y mansedumbre violenta a espuertas. Tremendo aparato el del sexto, que falló de manos repetidas veces y volvió a los corrales. Un sobrero de Julio de la Puerta, amagado, escondido, una cosita, a poco no manda a un animoso Javier Valverde al hule con gravedad: de tres derrotes le rompió la taleguilla y la camisa por el pecho. ¡Milagro! Firme había estado también Valverde con otro toro de buidos pitones que sacudía la cabeza como un mamut herido. Apretó hacia los adentros y después en los medios se rajó hasta echarse en tablas. Lo cazó al hilo.

El infumable y terrible samuel —por otra parte el mejor hecho— que dio el pistoletazo de salida lanzaba unos testarazos como ganchos a un López Chaves que estaba sin estar. O por estar. Siempre con el mismo planteamiento. Intratable el toro a izquierdas. Muchos desarmes en general. Chaves causó la misma pobre imagen con un altísimo cuarto que al menos, dentro su morucho ser, traía sones de paz y facilidad.

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