Las memorias póstumas de Tiananmen
En el 20 aniversario de la matanza de estudiantes, sale a luz un libro con el diario secreto de Zhao Ziyang, el líder reformista chino defenestrado por oponerse a la intervención militar
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Cuando están a punto de cumplirse 20 años de la masacre de Tiananmen, pocos se acuerdan en la nueva China del desarrollo y el crecimiento económico de la matanza con que el régimen comunista aplastó las protestas democráticas de estudiantes la noche del 3 al 4 de junio de 1989. Contra esa amnesia colectiva pretende luchar el libro “Prisionero de Estado. El diario secreto del primer ministro Zhao Ziyang”, que acaba de publicar la editorial de Hong Kong Simon & Schuster con las memorias del secretario general del Partido Comunista, que fue defenestrado por oponerse a la intervención militar.
Número dos del régimen tras Deng Xiaoping, Zhao Ziyang fue confinado bajo arresto domiciliario hasta su muerte en enero de 2005. Salvo contadas ocasiones en las que, bajo vigilancia, pudo viajar a alguna provincia del sur en invierno o salir a jugar al golf, este líder reformista pasó 16 años encerrado en su casa, situada en un céntrico “hutong” (típico callejón chino) cercano a la Ciudad Prohibida.
Con la complicidad de amigos y ayudantes, que le proporcionaron clandestinamente un magnetófono, Zhao grabó en secreto en el año 2000 sus memorias sobre cintas de música infantil y ópera de Pekín que luego se las arregló para sacar del país bajo las narices de sus guardianes. El resultado: treinta horas con sus recuerdos que han sido transcritos en un libro prohibido en China, pero que ya se ha agotado en Hong Kong a los pocos días de salir a la venta.
Intrigas del poder
En este esclarecedor volumen de 306 páginas, Zhao narra en primera persona las intrigas del poder que le enfrentaban al ala dura del partido, representada por el entonces primer ministro Li Peng y la “vieja guardia” revolucionaria del Politburó, que se oponían a su aperturismo económico y político.
Acusado de “burgués liberal” por fomentar el diálogo con los estudiantes, Zhao perdió el apoyo de su mentor, Deng Xiaoping, quien temía perder el poder y acabó imponiendo la ley marcial. “Deng Xiaoping tomó la decisión final”, aseguran las memorias póstumas de Zhao, quien, contrariamente a lo que se pensaba hasta ahora, revela que “no hubo una votación de tres contra dos en la reunión del Comité Permanente del Politburó”.
Frente a sus enemigos políticos, el secretario general del Partido pensaba que las protestas de los estudiantes, que habían empezado el 15 de abril para honrar a otro líder reformista caído en desgracia, Hu Yaobang, podían servir para acelerar la apertura económica y política iniciada en China en 1978, dos años después de la muerte de Mao. Por eso, Zhao apostaba por asumir algunas de las reivindicaciones de los estudiantes, como la lucha contra la corrupción, la regeneración del sistema comunista y ampliar la libertad de Prensa.
Aunque Deng Xiaoping le apoyó en un primer momento, sus rivales aprovecharon su marcha en un viaje oficial a Corea del Norte para convencer al anciano dirigente y publicar un editorial en el Diario del Pueblo que acusaba a los manifestantes de “anticomunistas” y “contrarrevolucionarios”. Dicho artículo encrespó aún más las protestas, que se extendieron por todo el país y llegaron a congregar a cientos de miles de personas, de las cuales 3.000 se declararon en huelga de hambre en su momento álgido.
Temor a una revolución
En el contexto histórico de 1989, con la crisis del comunismo en Europa y Gorbachov pregonando la “perestroika” de la URSS en su visita a Pekín durante las concentraciones de Tiananmen, los viejos jerarcas del régimen chino temieron una revolución espoleada por la inflación, que se había disparado con unas reformas económicas que todavía no estaban beneficiando a las ciudades, sino al mundo rural.
“Me negaba a ser el secretario general que había movilizado al Ejército para aplastar a los estudiantes”, insiste desde la tumba Zhao Ziyang, quien visitó a los manifestantes en la plaza de Tiananmen para intentar detener el baño de sangre. “Volved a casa y no sacrifiquéis vuestras jóvenes vidas”, les dijo con lágrimas en los ojos, acompañado por un entonces jovencísimo ayudante llamado Wen Jiabao que, con el tiempo, se salvaría de la quema hasta ocupar en la actualidad el puesto de primer ministro.
Pero su intento de mediación resultó inútil y, la noche del 3 de junio, Zhao escuchó un “intenso tiroteo” desde su casa, próxima a Tiananmen. “Una tragedia que sacudiría al mundo no había sido evitada y estaba ocurriendo después de todo”, escribe en sus memorias, en las que ajusta cuentas contra la ilegalidad de su arresto domiciliario y aboga no sólo por “implementar una economía de mercado, sino también un sistema político basado en la democracia parlamentaria”. En esta parte, Zhao se erige como el arquitecto de la reforma económica e incluso le reprocha al “Pequeño Timonel” Deng Xiaoping que sus discursos democráticos eran “palabras vacías”.
Para olvidar la matanza de Tiananmen, el régimen chino se volcó de lleno en el crecimiento económico y la modernización y recluyó durante 16 años a Zhao Ziyang, a quien quiso borrar de la Historia. Pero su legado permanece con estas memorias póstumas que le hacen más peligroso desde la tumba que cuando estaba vivo.
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