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Festival de Cannes: la poesía de John Keats en el mundo de Jane Campion

Festival de Cannes: la poesía de John Keats en el mundo de Jane Campion

La que cayó ayer antes de que comenzara la proyeccion de la película de Jane Campion, «Bright star», no fue nada si se compara con la que cayó durante esta poética, romántica y humildísima película de la directora australiana, que sumerge la historia de amor entre el poeta británico John Keats y su encantadora vecina Fanny Brown en los caldos de un cine preciso, clásico, sugerente.

La que cayó antes de la proyección (una torrentera digna de alguna isla del trópico), permitió que se diese una situación siempre deseable: que la crítica se moje. Y la que cayó durante, puso precisamente a todo el mundo a secar, o tal vez más precisamente a enjugarse con las palabras, los versos, las miradas, los requiebros y los sigilosos avances del amor entre dos espíritus tan puros. Acostumbrados, como ahora estamos, a la boca de hacha, al gesto obsceno y al sexo «escopetao» y contra lo que sea, resultan casi chocantes los diálogos sobre estrellas, mariposas y versos, y los paseos y los susurros, y que la escena cumbre de pasión sean unos castos besos en el recodo de un río.

Jane Campion cuenta, tal y como se debe, ese esplendor pasional de uno de los campeones del romanticismo, el poeta Keats, que no se movía un vencejo sin que él lo notara. Y el caso es que «Bright star» es una película que nunca cae, ni siquiera levemente, en el blandor...; la dureza de su romance, la costra dramática de la relación de esa joven vital y temperamental con el fugaz poeta (murió, el hombre, a los veinticinco en una de esas gripes voraces de entonces) y el hecho de que sobrevuele la más absoluta frustración convierten a este delicado y romántico retrato de época en papel de estraza.

Otra de las películas a competición ayer era la del estimado coreano Park Chan-Wook (el de «Old boy») y se titulaba «Thirst». Decepción y perplejidad podrían ser los dos sentimientos a debatir con respecto a ella. Decepción, porque enseguida se ve que la cosa tiene un relativo alcance, y perplejidad porque, al tiempo, este coreano, sin duda bromista, cuenta una historia de vampiros realmente anómala: el vampiro es coreano y cura católico. Los toques de humor son continuos y tanto en el texto como en la imagen (¡qué locura de historia y qué locura de cámara!) tienen algo de puntería la primera hora, o así, pero el decenio de película que queda a partir de ahí es pura escalada, y ya no hace efecto la imagen del cura vampiro chupando del gotero de los enfermos del hospital o a la malvada y virginal musa que vive rodeada de sordidez, y tal.

Y la jornada, fuera de la competición, fue un auténtico jolgorio: Michael Gondry, Hirokazu Kore-eda, un retorcido juego de Marina De Van con Sophie Marceau y Monica Belluci titulado «Ne te retourne pas», o una impresionante y macabra historia en Harlem titulada «Precious».

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