Las obras
EN EL AIRE
Con el primer sol del día, que es el más nuevo de todos, se ve a los peregrinos del Camino de Santiago sorteando las obras.
Salen de desayunar en «El pájaro», que es un bar en el que acertó con su nombre el dueño porque yo recuerdo haber leído siempre al pasar su letrero; y aunque no haya entrado jamás, si me preguntan por un bar, se me viene su nombre, volando a la cabeza: «El pájaro», en Villafranca Montes de Oca, Burgos.
Están por aquí también las zanjas abiertas, hacia donde entra el sol quizás por vez primera. Siempre me han llamado la atención estos agujeros de la tierra, y los montones al lado, como los de un topo, que van dejando los obreros y en donde germinan las plantas nitrófilas cuando pasa el tiempo sin acabar la obra. Huele la tierra por dentro de una manera extraña, antigua y oscura, desagradable, como si la tierra tapada y sin sol se pudriera como una manzana.
A mí esto de las obras siempre me produjo esa esperanza de que todo puede ser mejor mañana, porque una obra sin terminar contagia a la materia inerte la incertidumbre de una vida en la nunca se sabe cómo acabarán las cosas. Además una obra es la excusa perfecta para tener todo manga por hombro: es que estamos en obras.
Quizá por eso, pensaba mientras conducía, siempre he vivido con la impresión de que España puede ser un país mucho mejor, y mejores sus habitantes, que estamos sin acabar, a falta de una mano, disculpen las molestias: estamos en obras.
Empero aquí quedará una fuente, y allí unas aceras, que serán recordadas como lo que hicimos mientras no hacíamos nada.
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