Hasta el infinito y poco más
JOSÉ MANUEL CUÉLLAR
Aparece el careto tremebundo de Héctor, digo de Eric Bana, en pantalla y, a partir de ahí, un bombardeo de espectáculo sideral y terrenal llena las retinas. Lo primero que uno se pregunta es ¿qué hace Bana, un tipo serio y profundo, en esta clase de trabajos? Quizás sea un trekkie, hecho nada desdeñable aunque peligroso, o quizás es que está harto de ser el chico bueno y se ha pasado al lado oscuro. Ah, no, que eso es de otra peli, también del espacio sideral.
Hay un problema con esta clase de filmes, y es el fanatismo que han creado. Desviarse un ápice de la historia original provoca un furor parecido al uterino en todos los trekkies que, a diferencia de forofos similares, tienen escaso sentido del humor. Así que no basta con ser fiel al pie de la letra a la saga, sino que además hay que ser riguroso y, por lo tanto, un trabajo y otro, y otro (este hace el undécimo), se parecen entre sí como el primer señor Spock al último señor Spock. Gemelos.
Ambos salen en esta enésima edición, aunque el original, el pobre hombre, sale arrugado como un pergamino, si bien sus dotes interpretativas siguen siendo muy superiores a la nueva camada que intentan pisar sus huellas (Bana aparte, porque éste es otro ser superior).
El problema no es que salga Spock o no salga, sino que su presencia está metida con un calzador del tamaño del diez, y se justifica con un argumento tan enmarañado que al final no se sabe qué hace allí, por qué ni por qué no y, sobre todo, por qué no se ha ido.
La historia es banal y reiterativa, quizás por miedo a los trekkies que, como los galácticos (los de Lucas, no los de Florentino), han hecho de esto una auténtica religión con el señor Spock en el altar, casi un Ibarretxe crucificado (y ahora que está en el paro, bien podría ser el duodécimo lendakari de Vulcano, pues el físico le da y sobra para ello).
La valía del trabajo está en su forma, que es espectacular. Millones y millones de dólares volcados en efectos especiales y ordenador. Malos tiempos para la lírica...
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