Las piernas con que me miras
HACE dos siglos los madrileños se levantaban contra Napoleón en la Puerta del Sol. Hoy no se levantan. O lo hacen contra la peste porcina en los toros -ay, Jesús, esos mejicanos que me tosen sin tapabocas- o contra Guardiola, ese muchacho impreciso, en el Paseo de la Castellana.
¡Peste porcina! Los medios nos meten la pavura de la muerte, con la Trini risona en las portadas, cual laica abogada del terror salutogénico. En Inglaterra, un concejal propone que las mujeres salgan desnudas a la calle para disuadir al terrorismo islamista. Nada nuevo. Bertrand Russell propuso acabar con los exhibicionistas obligándolos a llevar pantalones con la bragueta en la culera. Y ahora, mientras se localiza a un culpable de la peste, nos recomiendan echar mano del tapabocas, que es el nuevo condón democrático.
¿Un culpable de la peste? El Papa, que se niega a pasar por el aro del condón. La solución no será científica, pero es política. También Rosa Aguilar, esa Gertrude Stein del comunismo omeya, ha pedido ya perdón a Gonzalón por haberlo señalado en su día con la sangre del Gal. Por exclusión, enigma resuelto: el Gal fue cosa de Aznar. Brillante, como Sarkozy dice de nuestro José Luis, al que habrá que doblar la escolta para que no nos lo robe una urraca. Como hace Villar con el Barça.
El Barça de Guardiola, ese muchacho impreciso, pero zapateresco, desfila esta noche por la Castellana, que es la Via Venetto de Madrid. Ruano recordaba siempre una triunfal mañana de primavera, sentado en un café próximo a la puerta del Pincio. A su lado, tres muchachos jóvenes, «sólo correctamente vestidos». De pronto se sentó una pareja frente al grupo. Él, un caballero de unos sesenta, con aire de estar de vuelta. Ella, una encantadora rubia de dieciocho o diecinueve con aire de empezar a estar decididamente de ida.
-La chica cruzó, quizás demasiado generosamente, sus piernas, que eran preciosas.
Y ocurrió la natural en un muchacho «sólo correctamente vestido»: hipnotizado, clavaba su mirada en las piernas de la niña de Via Venetto.
-¿Qué es lo que mira usted? -reaccionó el distinguido señor.
-Las piernas, señor, las piernas -respondió el muchacho.
Y siguió el diálogo de mesa a mesa:
-¿Usted no es romano, verdad?
-No, señor. Siciliano.
-¡Comprendo! De todas maneras, no se mira así, ¡hombre de Dios!
-Perdone usted... Yo, en realidad no miraba... Es que las piernas de la señorita me miraban a mí, o, en todo caso, miraban hacia acá.
Pero el «As» nos advierte que el espectáculo hermoso para un demócrata es el fútbol, el partido de esta noche, veintidós pares de piernas niqueladas por el linimento, pura vanguardia de una sociedad de ocio...
-Un espectáculo de ocio que enriquece la imagen de «Estepaís».
Hombre, para espectáculo de ocio de «Estepaís», sus cuatro millones de parados. Y con tapabocas.
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete