A las 21.30 horas de la noche Daniel Luque se arrimaba con hambre de quien quiere ser al último manso de una parada de bueyes. Luque atacó en firme con el toro (sic) en embestida defensiva, con la cara alta, morucho el comportamiento. A tan intempestivas horas buena parte de la Maestranza había seguido el soniquete del «¡vámonos, vámonos!» caminito del ferial. Pero para Daniel Luque todavía estaba el tren, y así lo hizo saber en un quite por delantales. Su valor, el espadazo en la suerte contraria, sus deseos por triunfar a toda costa le valieron para arrancar, literalmente, una oreja en el último minuto a tres horas de mansedumbre.

A las 19.50 de la tarde, o sea hora y veinte minutos después del paseíllo, todavía salía por la puerta de chiqueros el tercer toro con la misma pereza mansa que sus hermanos de Puerto de San Lorenzo/ Ventana del Puerto. ¿Ventana, dijo usted? Por ella se querían lanzar los toros salmantinos si la hubiere en la Maestranza desde un octavo piso, a ser posible. Querencias todas, celo ninguno. Desapego de los trastos y la bravura. Una huida a ninguna parte. Añoranza del campo charro. En el desesperante transcurrir de las horas computó que el segundo volvió por ausencia de fuerza a los corrales, de donde no debía haber salido por falta de trapío. El sobrero de la misma casa de los Fraile se enamoró del albero amontonado en el burladero del tendido del «11», y no había modo. Sebastián Castella estuvo en lidiador desde que lo cambió de terrenos en el saludo hasta que tomó los mandos de la brega en el tercio de banderillas. Juan Manuel Molina no anduvo fino ayer. Todo el peso de una lidia con muchos capotazos lo llevó el francés, que terminó por darle la razón con la muleta al manso pregonado en tablas, que sin ser nada del otro jueves al menos se estiró tras los avíos. Templado, sin un tirón, sobre la mano derecha le extrajo Castella la nobleza al hilo de la madera. Tersa, limpia y mandona la muleta. Excelente la tercera serie. Redonda. Muy por encima del toro. Mejor cuando alargaba las tandas que cuando, de mitad de faena en adelante, quiso prolongar el segundo muletazo en un segundo tiempo, liándoselo a la cadera. Proyectó buena imagen. De estar en la senda. Falta el golpe. El aldabonazo. Y el golpe no pudo ser con un sobrero de Gavira hijo de limosín y charolés pero con guasa. Los caballos se debieron mover antes en busca de la querencia de toriles. El francés no toreó ninguno de los toros sorteados. De cualquier manera, la devolución del quinto fue un tanto precipitada. Pero el personal estaba ya harto, a punto del motín. El presidente lo intuyó. El sobrero no arregló nada, huyó como contagiado y cuando embistió lo hizo con una bravuconería hueca y al pecho que enseguida se vino abajo.

El Cid careció de opciones, y eso que ayer se le vio más desinhibido y al ataque. La feria, «su» feria, por hache o por be, se le ha ido en blanco. Pero sobre todo el personal ha anotado aquel sobrero de El Ventorrillo de nombre «Terciopelo», de los que hacen daño...

Luque tampoco tuvo nada que hacer con el bruto y rajado tercero. Se encasquilló con el descabello, y se justificó a las 21.30. Aunque nada justifique esta corrida de matadero, 180 minutos para el túnel del olvido.