Barcina, la firmeza de seda
Fuerte y valiente contra ETA, la nueva presidenta de Unión del Pueblo Navarro es catedrática de Farmacia, mujer de principios, seria, carismática... y una máquina de ganar elecciones

Once de febrero de 2008. En el pleno del Ayuntamiento de Pamplona se sortean las mesas electorales de las elecciones generales del 9 de marzo. Los dos concejales de ANV interrumpen la sesión, carteles en mano, para intentar leer un comunicado en el que censuran la reciente suspensión de actividades de la máscara electoral de ETA. A la alcaldesa, Yolanda Barcina, no le tiembla el pulso: «Ni ahora ni en adelante les voy a consentir este tipo de actuaciones», espeta mientras lanza hasta tres avisos de expulsión a los proetarras. Como no deponen su actitud, los echa y suspende el pleno.
Cuatro días después se celebra otro pleno en el que una moción de UPN sirve para expulsar a los ediles de ANV de todos los organismos del Ayuntamiento. Los proetarras intentan montar otro circo al presentarse ataviados con dos camisetas de protesta. Barcina no se arredra y les da dos avisos hasta que ellos mismos deciden marcharse. Ya en junio, la Junta de Gobierno Local, presidida por la alcaldesa, ordena la clausura del despacho de los proetarras. Y es que hablar de Yolanda Barcina, la nueva presidenta de UPN, es hablar de valentía y firmeza frente a ETA.
«La Barcina», como la llaman en Navarra, ataca sin reparos a los miembros de la izquierda abertzale por sus lazos insoslayables con los terroristas. No les da respiro cuando, por ejemplo, intentan politizar los Sanfermines. En los dos últimos años, cuando los mencionados ediles proetarras intentaron sacar al balcón del Ayuntamiento la ikurriña, Barcina no dudó en ordenar el desalojo del Consistorio.
Tampoco se amilana cuando cada año, durante la procesión del Santo por la calles del casco viejo, los amigos de ETA se reúnen para abuchearla. Ella aguanta el ataque hasta que los aplausos de miles de pamploneses acuden para silenciar a los violentos. La líder de UPN está en la diana de ETA desde hace años y varios terroristas detenidos tenían información para intentar asesinarla. Pero ella no cambia su discurso firme, basado en principios como la libertad y la defensa de la identidad de Navarra frente a la ensoñación nacionalista.
Casada y con un hijo de ocho años, Barcina es una mujer de contrastes. No es una política profesional, sino que procede del ámbito universitario, pero fue consejera en el primer Gobierno de Miguel Sanz, entre 1996 y 1999, y es alcaldesa de Pamplona desde hace 10 años. No nació en Navarra, pero es pasional su amor a la Comunidad foral. No tiene reparo en censurar actitudes y políticas de los rivales políticos, pero es capaz de llegar a acuerdos con ellos. Y no es una mujer «de partido» —se afilió a UPN en 2000—, pero ya ha logrado auparse al liderazgo de la formación.
Nació en Burgos hace 49 años. Sus padres vivían en el valle de la Tobalina y al poco de nacer ella se trasladaron a Portugalete, «la tierra de mi madre», afirma a ABC. Con 18 años vino a Pamplona para estudiar Farmacia. Se doctoró con una tesis que obtuvo Premio Extraordinario. Tras ejercer como profesora en Barcelona y el País Vasco, se asentó definitivamente cuando obtuvo la Cátedra de Nutrición y Bromatología en la Universidad Pública de Navarra. Tres años después, Sanz la fichó como independiente para dirigir la Consejería de Medio Ambiente, Ordenación del Territorio y Vivienda. Entró así en la cosa pública de forma inesperada, y desde entonces su andadura discurre a velocidad de crucero, imparable.
Es una máquina de ganar elecciones. Ha cosechado incontestables y continuas victorias en las urnas, en cada ocasión con más votos que en la anterior. Ha sido su «tirón electoral» lo que la ha llevado a la presidencia del partido en sólo nueve años de militancia, como reconocen sus compañeros de filas. Amable en el trato y firme en sus convicciones, es muy difícil escapar de su mirada envolvente y sus ojos saltones. Triunfa en política porque cautiva. Por muchos argumentos, prejuicios y críticas razonadas que aporte quien se enfrente con ella en una conversación, acaba convencido.
«La Barcina» es un ejemplo de mujer que llega lejos, con una celeridad fuera de lo común y sin hacer gala del tópico feminista. Sin discursos rancios ni cuotas. Fue la primera mujer en formar parte del Gobierno de Navarra y la primera alcaldesa de Pamplona. Ahora es la primera mujer que dirige los designios de UPN y, si su «duende» electoral le acompaña en 2011, será la primera presidenta del Gobierno de Navarra.
Tras el personaje político, está la persona que para animarse escucha todo tipo de música, «desde la clásica a la salsa», y que disfruta cocinando, con el guacamole como especialidad. Dice que últimamente va más al teatro que al cine. Reconoce no ser «una gran entendida» en fútbol, pero siempre que puede acude al Reyno de Navarra para animar al Osasuna. Y por encima de todo, se alza su condición de mujer de familia. Aprovecha los fines de semana para disfrutar con su marido, arquitecto y siempre discreto, y de su hijo: «Una de las cosas que más le gustan es ir a comer una hamburguesa, y de vez en cuando suelo darle ese capricho», nos cuenta.
No suele entrar en guerras de declaraciones malsonantes y ataques personales. Acaso, como católica creyente y practicante, prefiere poner la otra mejilla. Los socialistas la atacan con dureza... por no hablar de los exabruptos provenientes del nacionalismo vasquista. Pero, cuando se le pregunta por estas cuestiones, no se inmuta y prefiere contestar con datos y decisiones. Aunque tampoco ha dejado de lanzar algún que otro dardo envenenado a sus adversarios cuando la respuesta es obligada. Es una política serena, demasiado fría según sus críticos, pero no carece de esa ironía abrasadora que saca a relucir con cuentagotas. Tranquila, pero firme. También se habla de su extrema seriedad, quizás por comparación con la espontaneidad sin límites de su antecesor y mentor, Miguel Sanz.
Pese a esta mano dura en lo político y a su presunta seriedad, quienes han trabajado con ella la califican de «muy accesible» y «cercana» en el trato del día a día. No huye de la diversión, ni mucho menos. «Hace años, una noche de Sanfermines, en unas fiestas en las que hubo bastante tensión porque coincidía con la ilegalización de Batasuna, salí disfrazada con un grupo de amigas con una peluca y unas gafas por el casco antiguo de la ciudad y me lo pasé fenomenal. No me reconoció nadie, y ahora guardo un gran recuerdo de aquella noche», nos cuenta.
Hay quien la acusa de tener demasiado ego y un carácter megalómano. Lo dicen por sus grandes obras en Pamplona, «faraónicas», apuntan. De hecho, durante sus casi 10 años como alcaldesa, ha propiciado una transformación radical del perfil urbano de Pamplona, con obras controvertidas pero emblemáticas como el Palacio de Congresos y Exposiciones Baluarte, la estación de autobuses, la peatonalización de calles clave de la ciudad como la Avenida Carlos III, o el aparcamiento subterráneo de la Plaza del Castillo.
Todas esas obras atrevidas llevan implícitas decisiones a menudo impopulares, pero a «La Barcina» no le tiembla el pulso. Sin ir más lejos, debido a la construcción de la magna estación de autobuses —cuya reforma ha supuesto un éxito innegable—, en los últimos Sanfermines las célebres atracciones de feria tuvieron que ser trasladadas a otra parte de la ciudad, lo que ocurría por primera vez en muchos años. Como protesta, los feriantes amenazaron con no acudir a las afamadas fiestas. Yolanda Barcina les tomó la palabra y optó porque se contratase a otros propietarios de atracciones en su lugar. Tajante. Tampoco dudó a la hora de desterrar de Pamplona las «barracas políticas» o «txoznas», donde, como aún ocurre en las fiestas de Bilbao, se homenajeaba a presos etarras.
La líder de Unión del Pueblo Navarro representa una derecha sin complejos, que no tiene el menor reparo en entrar en la «batalla de las ideas». El pasado domingo, en su discurso como presidenta electa, lo dejó claro con un fragmento que pasó inadvertido para la mayoría, pero tras el que anida la profundidad de su discurso: «No es de recibo el pensamiento único y sectario de los nacionalismos o el de alguna izquierda que se autocalifica como progresista. Ellos no son mejores que nadie, ni tienen derecho a situarse en un plano de superioridad ética».
Sintonía con el PP
Palabras que parecen más propias de un discurso intelectual que el político al uso. Ella es catedrática de Ciencias, y no como tantos políticos que sientan cátedra en el arte de enfangar al rival con declaraciones malsonantes. A veces añora su pasada vida académica, asegura que piensa retomarla en el futuro y, desde la política, recuerda como «muy gratificante y enriquecedor» el ejercicio de la docencia.
Su ideario político es el regionalismo de Unión del Pueblo Navarro, un partido definido por su fundador, Jesús Aizpún, como «liberal en lo económico, progresista en lo social y conservador en lo ético», como ella misma se encarga de recordar en ocasiones. Sus enemigos políticos fundamentales son los nacionalistas vasquistas que no creen en la identidad de «la Navarra foral y española» que sustentan el Amejoramiento del Fuero y la Constitución. Barcina es de quienes apuestan por la derrota sin ambages de ETA.
Muchos, sobre todo desde fuera, pero también desde dentro de UPN, la han acusado de sintonizar más de lo deseable con el PP. Ella nunca ha escondido sus simpatías por los «populares», pero tiene claro que su sitio es UPN. Durante la abrupta separación entre los antiguos socios el pasado invierno se encontró en una posición incómoda. Ahora, una de las incógnitas de su liderazgo es si se acercará o no al PP para conseguir otro pacto, aunque sea distinto al anterior, que aúne al centro derecha en la Comunidad foral.
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