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Cuba

Me llamó la atención al aterrizar la semana pasada en Cuba la luz mortecina de La Habana, donde hay una bombilla de bajo consumo por cada docena de apliques vacíos de bronce.

Y ese cascarón de la lámpara sin luz representa lo que te va quedando de todo, porque incluso al sol, delante de las más hermosas calles y edificios, auténticos palacios que parecen buques hundidos en los que la gente hubiera colonizado como peces y corales hasta el último resquicio, todo parece estar posado sobre la oscuridad de un fondo marino.

Por momentos, creía estar en el tubo cero de un ensayo, que es donde no se hace nada, mientras pasa el tiempo. Quiero decir que, extirpada al hombre su ambición, todo tiende a quedar como estaba, las casas, los coches, los Ficus que se abren paso, lentamente, entre las grietas, como la herrumbre sobre las locomotoras que no andan desde hace medio siglo.

La Habana es un escenario de ciencia ficción. No he visto nada igual en el mundo. Hasta la gente, que parece feliz, da la impresión de que es feliz porque se lo han dicho. Y en la Quinta Avenida, de casas tan preciosas, hay en la mediana una chica de ojos garzos con traje también azul, falda y chaqueta, que se sube a un coche con el mismo vacío en la mirada de las aves silvestres que venden enjauladas junto a los libros usados, para los que te exigen un sello oficial para llevarlos, aunque sea poesía de José Martí, cultivando la rosa blanca.

Vuelan por Cuba unos vencejos que me parecieron más veloces que los de Europa. En su aislamiento, han evolucionado estos vencejos, porque son libres.

www.aceytuno.com

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