Suscribete a
ABC Premium

Un patatús mauritano

CON CAJAS TEMPLADAS

A Hawa Meint Cheik le dio un patatús al conocer su condena a 17 años de cárcel. Había casado a su hija de 14 años a la fuerza y había cooperado para que el marido la violara, algo que en España equivale a tres delitos: agresión sexual, coacciones y amenazas, según consta en la sentencia. Antes de desvanecerse, la señora Meint Cheik pidió respeto a sus tradiciones. Al verla, me consideré afortunada de no sentir el menor respeto por unos padres que venden a su hija a cambio de una dote, ni por un marido que considera irrelevante la voluntad de su mujer a la hora de mantener relaciones sexuales. No se trata, por cierto, de incomprensión cultural: lo comprendemos a la perfección, porque en Europa durante siglos se consentía la violación en el matrimonio. Ahora no, de ahí que se haya condenado al marido, Moktar Salem, no por ser primo de la muchacha o triplicarle la edad, ni tan siquiera por carecer del consentimiento de ella para casarse. Le han caído trece años como autor de la brutal agresión sexual. ¿Qué es lo que me piden respetar exactamente? ¿El tráfico de niñas? ¿La violación de menores? ¿La esclavitud sexual? Ahora el soponcio me va a dar a mí. A ver si logro explicar, antes de desmayarme, que también el fratricidio cuenta con una larga tradición, pero hoy Caín se condenaría con la agravante de parentesco. Lo más parecido que tengo para quienes se han manifestado a favor de las costumbres mauritanas es la tolerancia: el compromiso de combatir las opiniones con opiniones. O dicho de otro modo, que no toleraría la lapidación ni de quienes defienden a delincuentes.

Esta funcionalidad es sólo para suscriptores

Suscribete
Comentarios
0
Comparte esta noticia por correo electrónico

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Reporta un error en esta noticia

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Muchas gracias por tu participación