«Viaje al amor»
Wiliam Carlos Williams. Poesía. Editorial Lumen. (Madrid, 2009). 128 páginas

La vocación inicial de Wiliam Carlos Williams (1883-1963) fue la medicina. Sin embargo, y aunque trajo al mundo a más de 2.000 niños, nunca quiso convertirse en un reputado galeno. La obsesión que le acompañó durante toda su vida fue la renovación de la lírica norteamericana . No fue el único de su generación que lo pretendió: entre sus rivales y compañeros destacaban divos de la altura de T.S. Eliot o Ezra Pound . Sin embargo, él tomó senderos políticos y literarios muy distintos. No en vano terminó siendo juzgado por el siniestro Comité de Actividades Antiamericanas. Su obra está marcada, como su peripecia vital, por una tajante concepción de la libertad.
Para Carlos Williams son los objetos quienes dictan los sentimientos. Ninguna idea salvo en las cosas, afirmaba. La emoción debe ser captada por el lector, prescindiendo de su habitual enunciación directa. Su mirada define el rumbo de la literatura norteamericana de los años venideros, incluso de la narrativa. Sobre todo en su rama más callada, más apegada a la épica del día a día. Porque Carlos Williams es un lírico de la gente común. Sabe extraer la esencia de la cotidianeidad, de lo miles de veces recorrido, aunque nunca con suficiente vigor. De hecho uno de sus poemas, titulado «El gorrión», mantiene una sutil relación, emplazada mucho más allá de coincidencias ornitológicas, con «El cuervo carveriano». En ambos el poeta elige a un animal vulgar, despreciado con frecuencia, para mostrar la épica de lo anónimo, radicalmente alejada de la grandeza del habitual bestiario lírico. Porque el poeta, como él mismo afirma, debe saber escuchar al ruiseñor y a los tontos. Sin embargo, pese a su aparente facilidad, no es narrativo sino profundamente poético. Indaga sin descanso en los límites del lenguaje, en aquello que reposa en la sombra de las palabras.
Despertar los sentimientos
La simple contemplación es suficiente para despertar los sentimientos o la reflexión. Por lo tanto, el arte poético estriba en el dominio y la manipulación de la perspectiva elegida. Una técnica considerada hoy en día como la quintaesencia de la literatura americana: y justo ahora tomo / conciencia / de la tiranía / de la imagen / y de cómo / los hombres / con su arte / han aprendido / a vencerla. Prefería el verso libre –le obsesionaba liberar a la poesía de la métrica que la encorsetaba- aunque sutilmente domado por la angulosa estética del pie variable.
La necesidad de conservar la peculiar cadencia de los poemas provoca que su palabra, tremendamente precisa en la versión original, pierda cierta fuerza en la traducción. No es lo mismo even to this poor / colorless thing que incluso el de esa cosita / descolorida. Lo dicho no implica que la labor del traductor, Juan Antonio Montiel, sea mejorable. La mayor flexibilidad del inglés, su querencia por las palabras breves provoca que cualquier versión -frecuentemente convertida en reescritura- provoque un inevitable desgaste.
Lo inevitable
Asume lo inevitable de la erosión y del dolor que acarrea. Su correlato está conformado por flores gastadas y luces cálidas, ya extenuadas. Incluso, en los breves arrebatos expresionistas, por ahorcados a quienes niega mayor trascendencia que la derivada de su propio cadáver.
El libro es culminado por «Asphodelus», una larga oda al amor maduro, a ése que ha vencido al tiempo y se ha transformado más allá de las inevitables penurias. A las puertas de la muerte el poeta se ve obligado a afirmar la verdad, incluso a confesar los adulterios que sufrió su esposa. Es un poema sobre el amor recordado, sobre la rememoración, no piadosa, tampoco complaciente, pero sí serena del tiempo transcurrido. Posee algunos de los versos más lúcidos nunca escritos sobre el sentimiento amoroso: I cannot say / that I have gone to hell / for your love / but often / found myself there / in your pursuit. Es Carlos Wiliams un poeta capaz de revisar con nuevos ojos, incluso ahora, décadas después de su escritura, lo obvio, lo inevitable. Es tal su clarividencia que a veces se aproxima a la egolatría, lo que resulta a un tiempo molesto y coherente: Las muertes que sufrí / comenzaron en las mentes / de quienes me rodeaban / era demasiado lúcido / para ignorar / la mezquindad del mundo. No quedan al margen las circunstancias políticas de una época marcada por la guerra fría y la consiguiente amenaza nuclear, circunstancias que, si bien han cambiado de protagonistas, permanecen inalterables. Nos encontramos frente a un inmenso poemario sobre el amor y la muerte .
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