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La lección de L´Aquila

EN Los Abruzos, en la pantorrilla de la bota italiana, unos terremotos de no muy elevada intensidad han dejado la ciudad de L´Aquila hecha un solar y, lo que es más grave y lastimoso, las personas fallecidas por cuenta del sismo ya superan los tres centenares. Algo espeluznante en sí mismo y, para nosotros, más todavía por razones de proximidad y vínculos históricos. Si la sabiduría política, como enseña el muy olvidado y sensato Jaime Balmes, consiste en extraer de la experiencia todas las enseñanzas posibles, el doloroso suceso italiano puede servir, y ojalá que así sea, para que nuestros ayuntamientos se pongan en guardia y conviertan en rigurosas y técnicas las ceremonias administrativas que hoy preceden a la ocupación de una vivienda.

Con buen sentido, el Gobierno español ha anunciado su colaboración en las tareas de reconstrucción de la Fortaleza de L´Aquila, una de las joyas del lugar. Es natural. Fue construida, en el XVI, por mandato de nuestro Carlos I al virrey de Nápoles, Pedro Álvarez de Toledo, que encomendó la tarea al ingeniero militar valenciano Pedro Luis Escrivá. Casi medio milenio después, España vuelve a uno de sus viejos escenarios y bueno sería que los técnicos españoles que han de evaluar los daños del castillo y preparar el proyecto de su reconstrucción aprovecharan el viaje para, en contacto con sus colegas de Italia, valorar la proporción de la catástrofe que no se debe a los temblores sísmicos, sino a la mala calidad de la construcción en las últimas décadas.

L´Aquila, con su dramatismo, es un pregón para inducir al máximo rigor constructivo en nuestras ciudades. Los trámites burocráticos previos a la construcción de un nuevo edificio son muchos y largos. Una vez terminada la obra, todo el repertorio de cédulas municipales que permiten la ocupación de una vivienda o la apertura de sus locales comerciales, ¿tienen, en los hechos, más alcance que el del doblemente costoso -en tiempo y en dinero- trámite administrativo? ¿Se comprueba fehacientemente la calidad de lo construido? Quede la sugerencia para la reflexión de los Colegios de Arquitectos, los Ayuntamientos y sus servicios especializados, las Autonomías e, incluso, para que el Ministerio de la Vivienda -ese fantasma sin sentido- encuentre, mientras exista, una ocupación de provecho. No aprender del dolor ajeno es comenzar a fabricar el propio.

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