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Los santos desnudos

QUIZÁ porque cerró la remodelación del Gabinete en plena Semana de Pasión, Zapatero ha utilizado para componer su nuevo Gobierno la técnica que el refranero conoce como desnudar a un santo para vestir a otro. En este caso los santos despojados son dos, aunque de raíz más bien agnóstica: de un lado el Partido Socialista, con el nombramiento ministerial de Pepe Blanco, y de otro el poder andaluz, cuya pretendida renovación se ha quedado a medias con el traslado más o menos forzoso de Chaves. Dos movimientos de riesgo con los que el presidente ha provocado esa clase de vértigo que se abre ante los procesos que quedan fuera de control por no haber sido correctamente medidos en su verdadero alcance.

El salto al Gobierno de Blanco, que aunque fracasara en la Universidad es doctor en la gramática parda de la política, era casi una deuda contraída desde el comienzo del proyecto zapaterista, pero su alejamiento del centro neurálgico del PSOE -inevitable a medio plazo por mucho que conserve el cargo de vicesecretario- abre una gran incógnita en una organización que en los últimos años ha controlado de forma absoluta al servicio de su líder. Leire Pajín, una de las clásicas apuestas de futuro de un presidente aficionado a los envites abiertos, tiene por demostrar su capacidad para dirigir una estructura tan complicada y poliédrica. El núcleo simbólico del partido está ahora en el Gabinete, y aunque Felipe dejó sentenciado que se gobierna en Moncloa y no en Ferraz, nadie ha logrado asentar un liderazgo firme sin tener engrasada la correa de transmisión que conecta el centro de las decisiones con la maquinaria electoral.

Pero donde el PSOE se juega de verdad gran parte de sus opciones de futuro es en Andalucía, territorio que Chaves ha venido manejando como el patio trasero de la casa socialista. Ya resulta chocante que para relevar a un dirigente que considera amortizado Zapatero no haya encontrado mejor fórmula que incorporarlo a su propio equipo, pero es que además su maniobra renovadora se ha quedado a medias porque el correoso virrey andaluz ha logrado tutelar su propia sucesión, y no en el sentido que ZP deseaba. Lo que se abre ahora es una dialéctica entre el poschavismo cuasi gerontocrático que representa Griñán -político sensato donde los haya, pero vitalmente situado al final de su carrera- y la perestroika pendiente tras este revulsivo fallido que deja en el alero la hegemonía de dos décadas de inmovilismo.

Así, los santos políticos recién desvestidos por un sacristán nervioso lucen su confusa desnudez en las hornacinas donde hasta ahora recibían notable e incuestionada devoción. Y si la analogía no es del gusto de personajes tan laicos, hay otra no menos popular con el mismo sentido: la de la manta corta, con la que te destapas los pies cuando tratas de abrigarte la cabeza.

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